jueves, 24 de mayo de 2012

De Res Publica



N. del A. Me había prometido a mí mismo aparcar durante algunas semanas los temas relacionados con la crisis, porque ya me hacía candidato a que me llamaran pelmazo mis lectores y lectoras. Y como todos los candidatos, he faltado a mi promesa en la primera ocasión. 
Año III Opus 102
Con el término de Res Pública se referían los romanos a aquello que era "cosa de todos". Los romanos tenían un alto concepto del estado y de todo lo público, lo cual no impedía en absoluto a sus magistrados ser encarnizadamente corruptos cuando su moral se lo permitía, que era a menudo.

En la España de nuestros días vuelve a estar de moda el debate entre la gestión pública o privada de los servicios esenciales para la comunidad. Que los poderes públicos deben garantizar la correcta prestación de los servicios públicos conforme ese criterio tan aceptado como prostituido del bien común, es algo que pocos discuten (por mucho que esos pocos tengan demasiada relevancia mediática), pero se ha abierto el debate sobre si esos servicios deben ser prestados por la Administración en persona o debe hacerse por el sector privado, algo que nos aleja del verdadero sentido de la polémica.

Esta mañana leía en el periódico la expresión que me daba la clave del asunto. Se refería, en el contexto de los recortes presupuestarios, a la «reducción de gastos públicos no productivos», término que sería perfecto si en esos gastos no productivos no incluyeran la enseñanza y sanidad públicas, entre otros servicios vitales. He aquí el verdadero punto de apoyo de esta palanca que mueve el planeta y con el cual se quiere justificar ante la nación el timo social.

La educación sí es un gasto productivo, por supuesto que lo es. Mientras no tengamos claro este concepto seremos siempre un país de señoritos y gañanes. Los rendimientos de la educación no se pueden guardar en cuentas corrientes, sino en una cesta de frutos que se recoge después de muchos años, tal vez un par de generaciones y por lo tanto, no van a beneficiar electoralmente a nadie que se dedique hoy a la política. No hay que sobrevalorar el efecto mágico de una educación sensata, que por sí misma no hace feliz a una sociedad, pero sí hay que temer y mucho los efectos nocivos y mucho más tempraneros de una educación deficiente o tendenciosa.

Una educación pública de calidad supone un gasto oneroso, por supuesto, pero garantiza valores que no tienen precio en una sociedad como el de la universalidad, porque puede permitirse el lujo de ser imparcial y gratuita, para que puede llegar a todas las personas y a todos los lugares con independencia de que exista rentabilidad económica. No pedimos, pues, que cesen los recortes presupuestarios en educación, sino que pedimos que se invierta más dinero aún, y que sea de forma decidida y convencida. La educación pública y la privada, si ambas son de calidad, son garantía de futuro. Y sin la educación de calidad no puede haber libertad ni justicia:
Los ciudadanos educados con justicia podrán ser justos.
Los ciudadanos educados con libertad podrán ser libres.
Los ciudadanos de una nación no son socios de una sociedad anónima, necesitan servicios, no dividendos, y para ello pagan con sus impuestos y su esfuerzo. No se puede apartar dinero de colegios y hospitales para desviarlo a los bancos, que a su vez se lo desvían a los exdirigentes que los han arrastrado impunemente a la ruina. Ese dinero inyectado en la banca no es productivo, porque sus beneficios no lo vamos a disfrutar todos,  el dinero que se  inyecte en la educación sí. 

Recientemente ha surgido una nueva iniciativa en defensa de lo público, que pueden consultar en esta página web: https://www.yoestudieenlapublica.org. Uno de los primeros frutos de esta iniciativa, espero que haya muchos más como éste, es un estupendo vídeo sobre la educación pública, donde algunas personalidades nos dan su punto de vista y que yo, contento, colaboro en publicitar. Merece la pena los minutos que usemos en verlo y sentirlo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Habitación 101

Silencio, se tortura.
N. del Autor: Hoy escribo la entrada número 101 y era momento de celebrarlo. No lo hice al escribir la número 100, para impedir rendir homenaje al Sistema Métrico Decimal, no porque tenga nada en contra de tan sabio sistema de medida, sino porque de esa manera me siento más rebelde con la sociedad, que ser un disidente inofensivo es uno de los placeres reservados a mi serena edad.

Año III Opus 101

La irresistible atracción que tenemos por los múltiplos de cinco y de diez es sin duda fruto del numero de dedos que pueblan nuestras manos, esas con las que aprendemos a contar de pequeños. También con esas mismas manos aprendemos poco después los secretos del autoerotismo, hecho que menciono únicamente por si acaso nunca se habían parado a pensar que el Sistema Decimal pudiera haberles deparado aquellos momentos de placer.  Me pregunto, a mi vez, si aquellas personas que de nacimiento tienen un dedo de más en cada mano sienten la misma atracción por los múltiplos de doce que nosotros por los de diez.

Sea como fuere, llegó la entrada número 100 y la dejé correr como una gacelilla esperando que llegara la número 101. De esa manera, me salto impunemente la norma de celebrar los centenarios, como si el número 100 significara algo distinto que el 99, pero eso sí, sin alejarme mucho de la seguridad de la centena. Cuando en las calles se grita contra el sistema, yo también me rebelo y lo hago contra el sistema decimal celebrando un número primo. A veces me asusta mi poca osadía, pero no soy más rebelde porque el mundo me ha hecho así. 

Para buscar el tema de la entrada de hoy, recordé los 101 Dálmatas de Walt Disney, esa familia que se convirtió en numerosa por obra y milagro de una cigüeña y también recordé la habitación 101 del Ministerio del Amor, la que imaginó G. Orwell, en su obra titulada 1984. En esta habitación 101 se inculcaba a los ciudadanos el amor al Gran Hermano, utilizando métodos poco amables, ya saben ustedes.

Estos tiempos de pesimismo que corren me llevan a inspirarme más en la habitación maldita que en el milagro del centenar de cachorritos que nacen inesperadamente (no hubo ecografías) sin que su número provoque una parada cardíaca a sus progenitores, como me hubiera sucedido a mi si me encontrara en su misma situación. En cambio, la habitación donde unos funcionarios nos torturan con nuestros mayores miedos para que de esa manera aprendamos a amar a nuestro líder es, no me lo nieguen,  mucho más verosímil. Si no, observen este mundo donde están creciendo los partidos neonazis, donde la televisión e internet invaden toda intimidad posible y donde los trabajadores nos encaminamos cada vez más a medios de producción controlados

En esa habitación nos harían enfrentarnos a nuestros terrores más íntimos. En mi caso, uno de esos temores sería, precisamente, que me sucediera lo mismo que a los prolíficos dálmatas, víctimas de una planificación familiar inexistente y de una cigüeña sin medida ni empatía. Pero el mayor de mis temores sería, sin duda,  que acabáramos igual que en 1984 (me refiero a la novela, porque en el año 1984 yo era un adolescente con un flequillo como una bandera) No soy tan pesimista como para creer que viviremos dentro de poco en el mundo distópico de la novela de Orwell y que vestiremos todos de gris y nos dirigiremos a la fábrica dócilmente, mientras el Gran Hermano nos vigila paternal, pero si no lo creo es porque sé que aunque lo intentarán, no nos dejaremos hacer, que nos rebelaremos antes. 

Yo ya he empezado rebelándome contra el Sistema Métrico Decimal, ¿cómo se rebelarán ustedes?

PD: han sido 101 entradas en 644 días, lo que supone una media de 1,09782609 entradas a la semana. Flojo, pero suficiente.

viernes, 4 de mayo de 2012

Los viernes, milagro

José Isbert, disfrazado de san Dimas
 N. del A. García Berlanga filmó la película "Los jueves, milagro" en 1957, en la que los poderes públicos de un pueblecito olvidado engañaban a sus ciudadanos con milagros inventados para promocionar un balneario. Cada vez más olvidados, a nosotros nos hacen lo mismo viernes tras viernes, con la diferencia de que aquéllos de la película pretendían, en realidad,  el bien de su comunidad.
Año III, Opus 100
He decidido que el viernes ya no es mi día favorito. Yo, que trabajo de lunes a viernes como los colegiales o el resto de personas que no hacen nada interesante en la vida, deseaba ardientemente desde mi infancia que llegara el último día de la semana porque venían dos días libres, porque había en la televisión la programación más interesante, porque estrenaban películas y, en general, porque todo el mundo se encontraba con un optimismo generalizado.

Hoy en día ya no es así,  hoy esperamos de los viernes lo peor.  Estamos condenados a ver cada viernes en televisión a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, a la que, hay que decirlo, los recortes no afectan a su vestuario, ya que cada semana aumenta de talla la muchacha. La ingrata labor de la criatura es explicar a la prensa los acuerdos del Consejo de Ministros que cada semana nos traen un nuevo disgusto. Fieles a su cita semanal, este gobierno no ha dejado pasar ni un sólo viernes sin anunciarnos nuevas medidas de ajuste, pérdidas de derechos y toda suerte de entuertos, desafueros y desmanes vestidos de decretos-leyes.

Lo mejor de los anuncios gubernamentales es que son milagrosos. Aunque nos parezcan dolorosas a todos los españoles con un índice de inteligencia superior al 25%, las palabras de la vicepresidenta convierten las medidas adoptadas en «reformas necesarias e imprescindibles», más o menos lo que estábamos necesitando, pero no lo sabíamos. Visto de esa manera, no se puede hacer otra cosa que agradecer su denodado esfuerzo, así como la discreción con la que nos encubren las medidas más ingratas, para no hacernos padecer inútilmente. Sin ir más lejos, la criminal patada a la sanidad pública (publicada en el B.O.E como medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad y bla, bla, bla...) casi ni se comentó en la rueda de prensa, como si lo allí escrito fuesen unas medidas rutinarias. Gracias por la discreción. 

Son también milagrosos los viernes, porque siempre nos desaparece algo, normalmente algo que estaba años molestándonos sin que nos diésemos cuenta. Como por ejemplo, el derecho a la protección universal de la salud o las autovías sin peaje. En cambio, la nómina de los desempleados lleva camino de emular el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. 

Los viernes, como por magia, volvemos aliviados a casa en el atasco de la autovía, porque sabemos que  hoy el atasco es gratis, mañana puede que no. Como por magia, volvemos a creer en lo imposible, como imposible era, decían,  que nos subieran los impuestos.

Esta semana, me recordaban a José Antonio Labordeta, quien desde el estrado de orador del Congreso de los diputados, se dirigió a quienes gobiernan hoy para mandarles a la mierda (sic), por mucho, muchísimo menos de lo que hacen un viernes cualquiera. ¿Qué hubiera dicho de todos estos milagros de los viernes, él que además de diputado, cantante y poeta era profesor de instituto?

A petición de la Guerrillera del Tambor, una persona muy especial cuyos deseos son decretos-leyes para mi, inserto la canción de Labordeta "Somos", una canción con mensaje de esperanza, a pesar de que...
Hemos perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en duro batallar

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