N. del A. He estado en Caixa Forum viendo una exposición de fotografía sobre Haiti, después del terremoto (más información aquí). Allí he visto algunas fotos que han conseguido penetrar mi duro corazón de burguesito acomodaticio y archivarse en una de las aurículas. Por esta razón, escribo.
Opus 65
Sí, Haití sigue existiendo, a pesar de que ya no aparece en las primeras páginas de los periódicos, y de que ya no se hacen festivales, encuentros deportivos o programas de televisión con el fin de recaudar fondos para los afectados. Sí, los afectados siguen estando allí: siguen siendo igual de afectados e igual de pobres.
Haití es una de esas desgracias que nos impresionan la retina durante unos segundos (o unos días, o unas semanas) y luego se borra del disco duro de nuestro cerebro. Como pasará con Japón, o como pasará con cualquier otra. No podía ser menos, el olvido nos ayuda a vivir. Si la Sociedad de la Información nos inunda puntualmente con todas y cada una de las desgracias que pasan y cada una nos produce, en mayor o menor medida, desolación en el cuerpo, ¿podríamos vivir acaso si no es gracias al olvido?
El problema es que el olvido es enemigo de los más débiles. Haití es un buen ejemplo. Un año y medio después del terremoto los ciudadanos de Haití siguen luchando por recuperar su vida, viviendo en las ruinas y lavándose en las cloacas. Hay 600.000 personas a día de hoy en los campos de desplazados.
De la exposición que he ido a ver, voy a enseñar una única foto, perteneciente a Emilio Morenatti: la de un grupo de chavales que juegan al fútbol con una sola pierna. Son minusválidos gracias al terremoto y a las guerras civiles anteriores, pero ello no les impide jugar. Impresiona, ¿verdad?
Mis dos hijos juegan al fútbol. Quiero que vean esta foto para que la tengan presente cuando me digan que no pueden jugar porque sus zapatillas tienen las suelas algo desgastadas. Para que conozcan lo que significa el valor, que no es presumir de lo que se tiene o de lo que se puede hacer. Estos chicos de la foto tienen verdadero valor gracias a lo que consiguen hacer y nos dan una lección sobre cómo superar dificultades que no quiero que olviden ni mis hijos, ni mis lectores ni yo.
No sólo se aprende en los libros escritos por eruditos y sabios. También se aprende de gente como estas personas.