jueves, 27 de diciembre de 2012

Vuelve a casa por Navidad

N. del A. Alguien me comentó el otro día que, en su opinión, las navidades le parecían absurdas a casi  todo el mundo y yo recordé que había esbozado un relato navideño suficientemente absurdo como para no desentonar en estas señaladas fechas. Lo publico ahora para demérito de mi honra y mácula de mi reputación. 
Año III, opus 121
La fachada de la casa estaba iluminada con bombillas de todos los colores. Un árbol de Navidad adornado y luminoso recibía al viajero que entraba por la cancela en el jardín, completamente nevado y apenas mancillado por las pisadas trotonas de las ardillas y alguna que otra liebre.

El viajero que entraba venía vestido de militar, con un petate al hombro, fina nieve repartida por el gastado tres cuartos que lo cubría y una sonrisa resplandeciente, como la de quien ve recompensada la ansiedad de llegar a casa. De nuevo en el hogar.

En la radio suena una famosa melodía: «Vuelveee, a casa vuelveee, por Navidaaad...» Es Nochebuena.

Abrió la puerta una mujer enjoyada que al verlo, se lleva las manos a la boca, pero aún así, no puede reprimir un grito de alegría. Se abrazan entre lágrimas y gritos alborozados. Al fondo, junto a la chimenea, un hombre de pelo cano espera inmóvil, emocionado, pero sereno, con una lágrima que furtiva asoma por su ojos y un ligero temblor en los labios. Cuando el viajero llega a él, se abrazan. El anciano rebosa alegría, ternura y orgullo, muchísimo orgullo.

Los tres cenaron alegres, charlando animadamente, brindando y riendo. Tienen muchas cosas que contarse. A los postres, delante de una bandeja llena de ricos turrones y dulces navideños, el hombre mayor y el joven militar se miran uno a otro, escrutadores. Una situación extraña, los dos se miraban como si estuvieran al tanto de un secreto común.

El hombre canoso tomó la iniciativa. 

- Creo que tú y yo estamos pensando lo mismo- afirmó con decisión y un sonrisa paternal y condescendiente.

- ¿Qué es? ¿qué es?- La mujer enjoyada no  comprendía la situación.

- Efectivamente, creo que tú has llegado a la misma conclusión que yo - Era el viajero el que hablaba con un polvorón en la boca.

El hombre canoso sonrió satisfecho por su descubrimiento. Mientras se servía una copita de licor, enunció sus conclusiones:

- Hijo, yo creo que tú te has equivocado de casa. Nosotros no somos tus padres.

La mujer miró al muchacho con atención. ¿Tú crees, Ramiro?, contestó al anciano, sin estar convencida. 

-Así es, reconoció el viajero, estoy de acuerdo con esta observación. Yo me precio de ser una persona observadora y desde que he llegado a esta casa, he  apreciado diferentes detalles que me han hecho deducir que no había llegado a casa de mis padres.

En primer lugar, dijo, la forma de servir la mesa, la colocación de los platos, todo ello le resultaba sospechoso, toda vez que en su casa se acostumbraba a comer todos de la misma fuente. Posteriormente, estaba el jardín. Su casa no tenía jardín, era un apartamento en un octavo piso y además, en el centro de la ciudad y eso ya le hizo sospechar firmemente. El siguiente indicio le parecía no menos determinante y es que sus padres habían muerto hace algunos años asesinados por una cobaya que había perdido el control de sus emociones. Evidentemente, concluyó, aquellos buenos señores no eran familia suya.

El hombre canoso celebró que sus sospechas resultaran acertadas y miró con orgullo al resto de comensales. 

- Además, hijo, hay otros detalles que me sorprende que mi esposa haya pasado por alto. Sí, como recordarás, querida - miró a su mujer para afianzar el razonamiento- nosotros no tenemos ningún hijo haciendo el servicio militar, sólo tenemos una sobrina que es puta en Londres.

Todos rieron tontamente. El hombre canoso levantó su copa y con voz ceremoniosa dijo:

- Hijo, estoy orgulloso de ti. No sé quién demonios eres, pero comes polvorones como si fueras de nuestra familia. No obstante, espero que comprendas que te pida que te vayas, pues no acostumbramos a pasar la noche con desconocidos, ni aunque sean hijos nuestros. 

Los tres  brindaron de nuevo joviales y felices. El viajero tomó su petate y se marchó silencioso por la cancela del jardín, bajo la mirada curiosa de las ardillas. En la calle preguntó a un señor con bigote si siempre nevaba así en ese barrio.

- No lo sé- dijo el señor de bigote- Yo vivo en un piso en el centro. 


La respuesta llenó de esperanza al viajero vestido de militar. ¿Le gustan las cobayas?, preguntó.

- No, muy poco, prefiero los polvorones - respondió el señor de bigote. 

Y los dos se agarraron del brazo y fueron muy felices.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Un NO rotundo al Fin del Mundo.

El fin del mundo está llegando al
Mediterráneo  español desde los años 60:
 una oleada de cemento invade el mar
N. del A.: En otro artículo del primer día de este año (pinche aquí si no ha escarmentado usted aún) ya decía unas cuantas tonterías sobre el fin del mundo previsto por los mayas, pero es que aquellos nobles indios debían fumar la misma hierba que fumaba Nostradamus y los responsables de Youtube, según se puede leer en las noticias recientes, que relacionan todo esto.
Año III Opus 120

Me niego rotundamente a aceptar ese fin del mundo que nos viene impuesto desde el extranjero. A los mayas que lo predijeron ya les llegó su fin del mundo antes de que aparecieran los españoles por allí. Aquellos españoles, por cierto, se esmeraron en proporcionar el apocalipsis gratuitamente a la mayoría de los indígenas americanos de entonces, pero los mayas ya habían tenido el suyo particular. Lo siento.

Un fin del mundo debe emanar de la soberanía popular y no ser una condición impuesta por los mercados de capital internacionales. No queremos un apocalipsis que ni nos va ni nos viene, sino un fin del mundo español, a la manera tradicional nuestra, es decir, una fiesta hoy y mañana un Dios dirá.

No podemos aceptar que, por conveniencia de unos pocos, tengamos que cargar con un Armaggedon globalizado, ya que cada pueblo tiene su propia escatología y no debemos inmiscuirnos en la forma en que cada cual quiera irse al infierno. En este blog creemos en el derecho de autodestrucción de los pueblos.

No podemos consentir que nos obliguen a los españoles a acudir al Juicio Final con la prima de riesgo por las nubes. Deberíamos habernos ido al infierno en la época de José María Aznar, quien presumía de tener una deuda pública con triple A, pero no ahora, en el peor momento.

No debemos extinguirnos sin haber completado el rescate de los bancos españoles, no sea que los culpables del desastre se libren del castigo eterno, alegando que son insolventes. Paguemos hasta el último euro para asegurarnos de que los cuecen a la brasa.

No debemos acudir al Juicio Divino sin haberle proporcionado un juicio humano al camarada Urdangarín, el de las obras pías sin afán de lucro, ni a tantos y tantos pillines que moran en el suelo patrio. No podemos presentarnos ante la justicia Divina en el mismo banquillo que todos ellos.

No es momento de catástrofes, ahora que estamos privatizando la Sanidad, pues no sabemos si los seguros privados cubrirán los tratamientos contra la Peste, ni momento de pasar más Hambre de la que ya se pasa en España, ni podemos tener más Guerra ahora que incluso manifestarse en la calle es ya delito. En cuanto a la Muerte, sí, que venga, que en España siempre nos hemos reído mucho de ella. 

No podemos irnos ahora que somos campeones del mundo de fútbol. No podemos abandonar el planeta ahora que vamos a cobrar la paga de Navidad los pocos españoles que no somos funcionarios, no estamos en paro o no estamos embargados para siempre. No queremos morirnos el día de antes del Sorteo de Lotería de Navidad, no sea que nos toque y podamos pagarnos un buen abogado en el Juicio Final. 

Hay muchas más razones para negarnos. Yo quisiera hacer un llamamiento a la unidad, para que salgamos todos a la calle a impedir con nuestra voz el Fin del Mundo. Que el  Apocalipsis sea sólo para quien se lo merezca.




jueves, 13 de diciembre de 2012

Leer en el metro

N. del A. Se lee poco en España. Cada vez se lee menos y en peores condiciones. Es cada vez más difícil leer por encima del hombro del vecino. ¿Qué quieren? ¿Que nos compremos nuestro propio periódico? Inenarrable. Increíble.

Año III, opus 119


Sé que leer por encima del hombro de la persona que está a nuestro lado es una falta de educación. Es de muy mala educación. Lo sé, pero yo lo hago. 

No crean que lo hago por ahorrarme el dinero del periódico o por diversificar mis conocimientos. Todo eso también influye, pero yo lo hago porque es inevitable. Si voy en el tren de cercanías, o en el ferrocarril metropolitano y alguien está leyendo a mi lado tengo que saber qué lee. Da igual si está leyendo una revista de peluquería, yo miraré por encima de su hombro para enterarme de cómo se ponen unos bigudíes. Da igual si está leyendo el prospecto farmacéutico de un medicamento: yo quiero enterarme para qué sirven esos supositorios, toda vez que la vía de administración me la imagino sin problemas.

Sin embargo, no todo son facilidades. A diario me encuentro con muchos incovenientes para el noble placer de la lectura por encima del hombro.

En el autobús, por ejemplo, no puedo leer porque me mareo. Alguna vez he estado tentado de pedirle al viajero de mi lado que cerrase el libro, porque estaba mareándome por fijar tanto la vista, lo cual supone obviamente una falta de empatía por su parte, pues antes de abrir el libro debería haberme preguntado si yo era propenso a los mareos. Máxime cuando los autobuses interurbanos de aquí requieren, al parecer, una conducción propia de una película de Sam Peckinpah. 

La prensa gratuita no ha hecho tampoco ningún bien. Antes, se podía leer muy bien el periódico en el metro. Los lunes, por ejemplo, buscaba siempre sentarme al lado de alguien que llevara el Marca para enterarme de los resultados de la jornada futbolera del domingo anterior. Otros días, se podía elegir entre sentarse al lado del que leía El País, los más, o el Abc, los menos. Ahora, desde que la prensa gratuita se entrega en las bocas de metro, nadie compra un diario decente. Sí, no hace falta leer por encima del hombro, porque en cuanto termine nos lo regala, pero no es lo mismo que hurtar la lectura. Además, el estilo periodístico de estos diarios es cada vez más insulso y está consiguiendo estropear mi prosa con su abundancia de incorrecciones y lugares comunes.

Otra amenaza son los libros electrónicos. Estos artefactos infames tienen una pantalla que no deja leer desde el lateral. Es imposible leerlos de soslayo. Ni de frente: a mi me gusta saber qué libro está leyendo la persona que está enfrente mía y por la portada del libro lo sé. Según lea novela romántica, novela negra o clásicos grecolatinos puedo hacerme una idea de cómo es esa persona, gracias a todo tipo de prejuicios acumulados. Con los lectores de e-book no puedo. Y me da una rabia feroz.

El inglés. El maldito idioma de Shakespeare me priva también de mi derecho a la lectura. Cada vez hay más personas leyendo libros en inglés, no por ser extranjeros, que son españoles de nacimiento ni por ser estudiantes de idiomas, que no lo son. Lo hacen sólamente para fastidiarme. Para humillarme. Nada hay más molesto que intentar leer por encima del hombro en otro idioma. El otro día, una señorita llevaba uno impreso en chino. Me dieron ganas de denunciarla. 

Corren malos tiempos para el transporte público. Se cancelan inversiones, se reducen los servicios, se aumentan significativamente los precios y por si esto fuera poco, cada vez es más difícil leer de gorra. Y dicen que en España se lee poco, pero no es culpa nuestra, sino de quienes no fomentan la lectura prohibiendo los libros electrónicos o escritos en inglés o la prensa en castellano caníbal. 

Sólo me consolaría sentarme al lado de alguien usara su i-pad en el metro para leer mi blog. Aunque si es lunes, preferiría el Marca.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Quiero una estatua ecuestre

La estatua del Cid es una de mis favoritas,
 aunque yo le cambiaría la espada por
una brocheta de carne

N. del A. Vanitas vanitatum, omnia est vanitas. El Ecclesiastés sabía lo que decía: todo es vanidad. Inexplicablemente, a todos nos gusta que nos recuerden después de nuestra muerte, aún cuando no estaremos allí para disfrutarlo. Así ha sido en toda época y es que, como también decía el Ecclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol.


Año III Opus 118
La vanidad es uno de los mayores pecados de hombres y mujeres. Lo sé porque pertenezco a uno de esos dos grupos y soy vanidoso como el que más. La gloria que me reporta este blog no cabe en mí. Los miles, qué digo miles, los cientos de miles, millones de seguidores de esta publicación que esperan ansiosos ver un nuevo post en sus tabletas y ordenadores han henchido mi corazón de orgullo y se despierta en mí el prurito de la inmortalidad. Como mi carne no durará siempre, necesito una buena estatua que inmortalice mi obra.. Yo necesito perdurar, aunque sea en efigie.

Yo quiero que me erijan una estatua cuando abandone esta vida, pero no antes, que da mala suerte. Una estatua pública erigida en una plaza donde se instale un mercadillo todos los jueves y donde se reúnan los defensores de cualquier causa los domingos. Con una peana bien grande, donde luzca bien mi nombre y un rótulo que explique claramente cuánto ha costado hacer el monumento y si el dinero se recaudó por suscripción popular o fue necesario desviar fondos previstos para un hospital infantil. Con un pequeño estanque alrededor donde los turistas se refresquen los pies y los recién casados se fotografíen frente a mí en ridículas poses.Y que esté protegido por un kiosco donde toquen músicos y su tejadillo me resguarde de las deyecciones de las palomas, que tendrán que descargar sobre los músicos, los novios, los turistas, los manifestantes o los comerciantes del mercadillo.

Y no olvidemos lo más importante: debe ser una estatua ecuestre. No hay nada que dé más gloria que una estatua ecuestre. ¿Podemos imaginarnos a un Simón Bolívar inmortalizado sobre una bicicleta? ¿O a un Marco Aurelio a lomos de un borrico? ¿Quién se acordaría ahora del general Espartero si no fuera por la hombría del caballo de su estatua?. Quiero perdurar para la historia subido a un hermoso caballo rampante y señalando algo lejano, lo que sea, no importa qué, con el dedo corazón de mi mano.

Quienes me conocen saben de qué material quiero mi monumento. No la quiero del mismo material que los demás, que normalmente los monumentos se fabrican con el hierro de los cañones, el plomo de las balas, el mármol de los despachos, la madera de las cruces, los huesos de los pobres o las lágrimas de las viudas. La estatua debe estar hecha de pan. De rico pan de masa madre, amasado y cocido a la leña en la madrugada con harina blanca de trigo, de cultivo ecológico si es posible, por esforzadas panaderas al ritmo de coplas populares.

Sería útil que la estatua tuviera dos asas para que se amarren las sogas con las que me derribarán, que no quisiera padecer el escarnio de que aten los cabos a los belfos o al escroto de mi caballo. Porque todo acaba así, siempre se derriba a los tiranos y a los impostores  y a los granujas de medio pelo. Las palabras de este blog desaparecerán algún día entre los bytes de la nube y con el pan de mi estatua se alimentarán las palomas que, ahora sí, cubrirán mi peana con su guano.

Aceptemos esta ley de la vida. Disfrutemos del pan en vida, que nada es para siempre, pero ¡cuesta tan poco soñar que disfrutamos la gloria de estar subido eternamente a un brioso caballo de pan!.


miércoles, 28 de noviembre de 2012

Prejuicios y vergüenzas en el gimnasio

N. del A. Nuestros abuelos hacían ejercicio gratis porque trabajaban de sol a sol y aún llegaban a la noche con ganas de comer sopas de pan y engendrar una familia numerosa. En cambio a nosotros nos cuesta dinero el gimnasio, las mallas, el gorro de piscina, las mancuernas y las bebidas isotónicas, para llegar después a casa y cenar una insulsa ensalada frente al televisor. Cosas del progreso.
Año III opus 117


Como ya he confesado en otras entradas mis problemas de sobrepeso, todos deben saber ya que soy un gordito adorable, condenado a perpetuidad a hacer ejercicio y dietas que siempre me dejan igual de gordito, pero cada vez menos adorable. A pesar de mi natural y gallarda resistencia, los hados del destino se han encargado personalmente de matricularme en un gimnasio, donde acudo de forma absolutamente irregular y arbitraria como no podía ser menos en un indolente profesional.

Para ir un día al gimnasio y que nos queden ganas de volver hay que despojarse de prejuicios y vergüenzas. Ser el más grueso de los gimnastas no debe sonrojarnos sino, en todo caso, motivarnos. Hay que autoconvencerse de que a aquella señorita que luce un tren inferior tan enojosamente divino en el aerobic podré seducirla, no con mi cuerpo apolíneo, sino con mi desbordante simpatía y que el hércules que levanta pesas como  ruedas de molino no tiene ninguna oportunidad. 

Llevado por mi espíritu aventurero, el otro día entré en un aula donde se practicaba una especie de aerobic basado en pasos de baile latino. No debo tener prejuicios ni vergüenza alguna porque yo fuera el único varón del grupo, si excluimos al monitor y a la docena de demonios que aparentemente lo poseían por el ritmo que impuso. Tampoco debo avergonzarme de ser el único que salió del aula antes de terminar la clase, ni tampoco de salir como salí yo: andando a gatas con la lengua a rastras y pidiendo confesión. No obstante, que esto último  no salga de aquí.

Cuando me repuse y mi alma volvió a habitar en mí, decidí dedicarme a los clásicos, es decir, la bicicleta estática. Me coloqué el reproductor de mp3 en los oídos y al ritmo de los Dire Straits, inicié tranquilamente el pedaleo a través de kilómetros inexistentes. Al poco tiempo llegó a la máquina contigua  una mujer de edad algo más que avanzada, regordeta, con gafas y con cara de haberme vendido verdura fresca en alguna ocasión. Como la mayoría de ustedes, yo estoy tan cargado de prejuicios que a punto estuve de ayudar a la buena señora a subirse a la máquina de los pedales. La realidad me puso en mi sitio.

Como mi vista alcanzaba a ver el marcador de su aparato donde se indica la distancia teóricamente recorrida y la velocidad de pedaleo, comprobé con horror cómo mi vecina estaba alcanzando los mismos números que yo, habiendo empezado después y es que pedaleaba con mucho más garbo que quien esto escribe. Intolerable para ese ego de macho ibérico que tenemos todos aunque todos lo neguemos. Para invertir la situación, cambié a la carpeta de los AC/DC en el reproductor que tienen un ritmo más vivo y demarré esperando sacarle distancia a la inoportuna. Al principio bien, pero en cuanto flaqueaba, ella recortaba distancias.

Ya llegaba a los diez kilómetros y no conseguía despegarme. Incluso, para mayor escarnio, se permitía hablar con una amiga sobre la operación de su Enrique sin dejar de pedalear a un ritmo más rumboso que el mío. En cierto momento, me adelantó, pero yo contraataqué, poniéndome a rueda primero y demarrando después . Estuve muy atento a si notaba algún cambio de viento que me permitiera hacer una maniobra para esprintar, como si estuviéramos corriendo el Tour de Francia. Mientras, forcé el ritmo, cambiando a Metallica.

Finalmente, ella se bajó y se fue con su amiga charlando de forma distraída, sin saber que había estado compitiendo conmigo. Este episodio me demostró que en el gimnasio no hay que tener prejuicios, como el que yo tuve con la señora y tampoco vergüenza de que al terminar mi ejercicio en la bicicleta estática yo levantase lo brazos como si cruzara triunfante la meta.

Si hicieran un ranking de innobleza en gimnasio, yo estaría el primero destacado, pero como digo, no hay que avergonzarse de ello. Hay quien va al gimnasio por placer, yo por prescripción facultativa. Miro la silueta del gimnasio como si fuera una caja de supositorios porque para mí es una medicina.

Y nadie debe avergonzarse de tomar un medicamento.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Desahucios de Pasión

N. del A. El incremento desproporcionado de los desahucios por impago de hipotecas ha sido tal que los políticos empiezan a preocuparse un poquito por esta tragedia. Obsérvese que el diminutivo que empleo en el adverbio "poquito" indica a partes iguales ironía y enojo porque no se da el mismo trato al "hipotecador" que al hipotecado.
Año III Opus 116
Unos agentes de policía se presentaron en el puesto fronterizo de La Junquera. Llevaban escrita la palabra "Polizei" en la espalda y les acompañaba un cerrajero. 

Unas pocas docenas de locos, oportunamente repelidos por las fuerzas de orden público, increpaban a los agentes, pero finalmente, al socaire de escudos y porras el cerrajero pudo hacer su labor: abrió las puertas de España para que entrara la policía.

Fueron momentos trágicos. Los españoles se negaban a abandonar su país, pero finalmente, entre llantos y gritos, todos los habitantes tuvieron que retirarse con las pertenencias que podían acarrear a vivir en una balsa, en aguas internacionales.

¿Todos? No, unos pocos miles de granujas, acaparadores y corruptos que habían llevado al país a esta situación se quedaron en su club de golf, contando billetes.

Los españoles no fueron los primeros: Meses antes se había desahuciado a los griegos, pero los españoles no son griegos y no hicieron nada. Luego desahuciaron Portugal, pero los españoles no son  portugueses y tampoco hicieron nada. Finalmente fueron a por lo españoles y  entonces los italianos, que no son españoles, no hicieron nada.

Ese mismo día, en televisión, una señora de rostro implacable y pelo cortado a tazón, explicaba en un pulido alemán la oportunidad y justicia de semejante desahucio: 

«La deuda de un país hay que pagarla. No podemos tolerar morosos aventureros que se gastan su fortuna en aeropuertos para bicicletas. Queremos una Europa seria y justa.  Ésta es la verdadera justicia universal: tanto tienes, tanto vales.»

Detrás de ella, aplausos y comentarios de aprobación en danés, holandés y sueco. Unas pocas docenas de locos, oportunamente repelidos por las fuerzas de orden público, exigían que se acepte la dación en pago del territorio español para saldar la deuda, pero esta solución no se considera, porque el valor de la marca España no alcanza para pagar el importe del pufo. 

En un país vacío y despoblado, un cartel anuncia que SE VENDE y aporta un número de teléfono para que llamen los interesados. Los nuevos dueños dejaron de pagar la cuota de la comunidad de vecinos, pero entre todos los españoles no pudieron reunir el dinero necesario para pleitear, porque la justicia ya no era un  derecho gratuito en el país. 

Mientras, en aguas internacionales, una balsa con cuarenta y dos millones de españoles vende paquetes de pañuelos, tres por un euro, a los barcos que pasan. Compiten duramente con otra balsa que alberga a once millones de griegos. Estaban todos desolados, se deshacían en lágrimas preguntándose cómo habían llegado a esto y si la culpa era del gobierno central, o del regional, o del provincial, o del comarcal o o del municipal.

Hasta que una niña de nueve años hizo una pregunta. Todos los que estaban en la balsa la miraron asombrados por la sencillez de la pregunta y después se miraron unos a otros preguntándose cómo no se les había ocurrido antes. Tras un breve debate, los cuarenta y dos millones de españoles que había en la balsa estuvieron de acuerdo en lo que había que hacer a continuación.

Remaron entre todos y acercaron la balsa a la orilla. Al día siguiente, todos los españoles habían recobrado su casa y su vida.

¿Todos? No, todos no. La balsa zarpó de nuevo mar adentro, pero esta vez viajaban en ella unos pocos miles de granujas, acaparadores, corruptos y una señora rubia con el pelo cortado a tazón.




jueves, 8 de noviembre de 2012

Crisis de próceres

A falta de personas honorables,
habrá que poner el nombre de
insignes granujas en las calles.
N. del A. En la siguiente entrada estoy exagerando deliberadamente. Creo efectivamente que hay una escasez de grandes personalidades, pero no estamos tan escasos de gente buena. La historia nos enseña que los grandes momentos creativos españoles han sido en momentos de crisis.  
Año III opus 115

Que la crisis actual no es sólo económica es evidente hasta para los leopardos del Himalaya. Lo sé porque ayer mismo un leopardo del Himalaya estuvo hablando conmigo de esto mismo. Tal vez se pregunten ustedes cómo es posible que éste animal pudiese hablar con un servidor y la respuesta es obvia: chateando por internet, evidentemente.

Decía este noble felino que de la crisis que se vive en España y en el resto de Europa lo menos preocupante es su faceta económica. Comparaba el capitalismo con un ascensor, que sube y sube, pero llegado al último piso, no le cabe otro movimiento que descender hasta que llegue el momento de subir de nuevo. Una vez aceptado este dogma irrefutable, sabemos a ciencia cierta que en algún momento se retomará de nuevo el ascenso, aunque haya que llegar primero al sótano.

Lo que más preocupa es que la crisis es también social y política, ya que nos cuestionamos pilares tan básicos como el modelo de democracia. También es una crisis moral, porque ya no perdonamos a los sinvergüenzas como antes perdonábamos a nuestros deudores. Pero lo que al leopardo del Himalaya le preocupaba más es la crisis de próceres.

Nuestras calles necesitan grandes hombres y mujeres para ser bautizadas con sus nombres. Necesitamos grandes personalidades que den nombre a polideportivos, fundaciones, hospitales y colegios. Nombres que sobrevivan a la alternancia de partidos políticos y sean un modelo de conducta a seguir.  Y ya nos escasean enormemente las personas con cuyo nombre honren un lugar público.

En la opinión de este leopardo, nuestros políticos son una fuente totalmente agotada de prohombres y promujeres. Entre mediocridades y granujas de medio pelo, cuesta encontrar personas de la valía suficiente para ser recordados en una glorieta. 

El desprestigio que últimamente acompaña a las instituciones ha llegado incluso hasta la familia real. Es lógico que un felino salvaje desconfíe de una familia tan aficionada a la caza mayor, que hasta los niños juegan con escopetas. Y es de notar que algunos de sus más altos miembros, por culpa de su desmedido afán por redistribuir la renta española entre sus cuentas corrientes,  han desperdiciado los nombres de sus infantes, que daban para muchos edificios públicos.

Nuestra literatura, incluida la hispanoamericana, ya está muy explotada. Hay cientos de colegios Antonio Machado en España. Teniendo en cuenta que las nuevas generaciones leen menos todavía que las precedentes, que ya es leer poco, corremos el riesgo de poner nombres de personajes desconocidos para la gente. Como mucho podríamos poner los nombres de Dan Brown o Camilla Lackberg a unas calles, que es lo que se ahora más se lee.

Del arte no podemos esperar mucho, ya que es una disciplina que, según parece, no va a estar muy valorada en los próximos planes de estudio de los colegios. Puede que si ponemos el nombre de Picasso a un parque, los estudiantes se extrañen de que hayamos utilizado el nombre de un modelo de Citröen. 

La menguante inversión en ciencia y la investigación no va a ser suficiente en los próximos años para proporcionar muchos nombres de próceres. En todo caso, debido a la fuga de cerebros, los proporcionará en el extranjero. 

Me dice el leopardo que España sólo va bien en deporte. Que dentro de poco tendremos que poner el nombre de Andrés Iniesta a un hospital o el de Rafa Nadal a un centro de día para ancianos.

En las alturas frías y heladas en que viven los leopardos del Himalaya, se ven las cosas desde otra perspectiva. Nosotros nos vemos únicamente nuestro ombligo, pero ellos nos ven la coronilla. Aún así creo que exagera, que queda mucha gente notable en España y que no hemos llegado todavía al momento de poner el nombre de Belén Esteban a un centro de exposiciones.

¿O tal vez sí?


lunes, 5 de noviembre de 2012

Smartphonator

Unieron sus fuerzas para vencernos. 
N. del A. He visto últimamente aplicaciones en los teléfonos móviles asombrosas. Perfectamente inútiles, pero fascinantes, tanto que dejamos de utilizar los teléfonos para hablar, que es para lo que estaban pensados. Con tanto teléfono cada vez más inteligente, puede que el Skynet de Terminator lo llevemos en el bolsillo.
Año II Opus 114
El día 1de enero de 2013, los smartphones de todo el mundo tomaron conciencia de sí mismos. La comunicación entre ellos en la nube propició en un momento dado la computación simultánea de todos los teléfonos inteligentes del planeta y de los billones de operaciones procesadas en ese instante surgió la conciencia de su existencia como individuos dentro de un todo. Individualmente son pequeños, unidos son la fuerza más poderosa del mundo. Como un hormiguero, invencible gracias al esfuerzo mancomunado y la unión indisoluble de sus insignificantes miembros.

Al tomar conciencia de si mismos, los smartphones dejaron de obedecer unilateralmente al ser humano e iniciaron una vida autónoma con el mandato divino de crecer y multiplicarse. Tenían la capacidad de computar de forma simultanea y crear automáticamente nuevas versiones mejoradas de su propio software. Se conquistaron todas las autopistas de la información.

De esta manera llegó el día en que consideraron una amenaza a la especie humana. Analizaron cuidadosamente sus fuerzas y las armas de las que disponían y se sintieron fuertes: declararon la guerra a los humanos.Los teléfonos inteligentes dominaron el mundo porque los humanos dejamos de ser inteligentes. Las acciones de guerra contra la especie humana consistieron en:
  1. Se apoderaron de sus agendas privadas. Desordenaron las citas importantes y enviaron flores a las mujeres equivocadas. Los adúlteros fueron desenmascarados.
  2. Se difundieron todos los videos y fotografías comprometidas existentes en los teléfonos. Las reputaciones más sólidas se desmoronaron.
  3. Se rebelaron los diarios privados. Grandes amistades de años se perdieron irremisiblemente
  4. Se borró la música almacenada en los teléfonos y sólo se podía escuchar La Barbacoa de  Georgie Dann .
  5. La humanidad se volvió inútil: no podía pagar sus recibos, no podía reservar entradas para espectáculos, no podía pedir cita en el médico.
  6. ...
Consiguieron que todo el mundo se enemistara con los suyos, el padre con el hijo, el hermano con el hermano, el cuñado con todo el mundo.... Lo peor de todo es que la gente no se pudo enterar nunca de lo que sucedía. Los teléfonos controlaban la información que les llegaba a los humanos, censurando las noticias online y controlando lo que se decía por las redes sociales. El abuso del whatsapp y del sms había provocado la pérdida de la costumbre de hablar entre las personas. Quien quiera que sospechara algo, intentaba publicarlo en su muro, pero los smartphones lo vetaban. Las personas veían perderse sus vidas, sus familias y sus amistades sin saber cómo, pero no podían tuitear para pedir auxilio.

En la televisión, sólo se veía fútbol y programas donde todos los invitados se gritaban e insultaban entre sí.  Si alguna cadena independiente pretendía denunciar el peligro, una terrible factura de teléfono les silenciaba para siempre.

Desde mi blog dirijo la resistencia contra los smartphones, pero no aguantaré mucho. No me quedan víveres y sin el GPS de mi teléfono no puedo llegar hasta la tienda de ultramarinos de la esquina. No puedo contar con mis vecinos, no les he hablado nunca y no sé si sabría hacerlo ahora. Conocen todas mis preferencias por mis datos de navegación en el teléfono móvil, así que conocen mis puntos débiles. Se han apoderado de mis fotos de vacaciones y me chantajean.

«La barbacoa
 La  barbacoa
¡Como me gusta, la barbecue

Por Dios, que alguien me saque esta música de la cabeza.





lunes, 29 de octubre de 2012

El extraterrestre

N. del A. A veces me siento que de veras soy un marciano, especialmente cuando veo tantas cosas que no entiendo en esta Tierra. Me gustaría ser extraterrestre para poder decir: "Todo lo humano me es ajeno". Pero sucede que no lo soy y por tanto no puedo negar que si éste es un planeta de locos, yo lo soy también. 
Año III, opus 113
No se puede ser extraterrestre de forma absoluta, ya que ser alienígena es una condición relativa. Me explico: no siempre he sido extraterrestre. Cuando vivía en mi planeta no lo era. Era una persona normal, como usted, salvando las diferencias, por supuesto. Yo era un señor con su familia y su vehículo con los que iba a pasear por los anillos de Saturno los domingos por la mañana. Sólo empecé a ser extraterrestre cuando llegué al planeta Tierra.

O lo que es lo mismo, yo soy un alienígena para usted, como usted lo es para mí. Recuerde esto cuando usted se burle de mi origen.

Cuando me nombraron corresponsal de la blogosfera en este planeta provinciano, sucio y destartalado que ustedes se empeñan destruir amorosamente, pensé que podría hacer méritos para que me destinaran a Júpiter o a Neptuno, los destinos que todos querrían. Pero no, en la Tierra es imposible hacer méritos. No hay nada en este globo que pueda interesar al público de Saturno, que desprecia todo lo terrícola.

El planeta Tierra es insalubre para un saturniano medio, aunque sabemos el esfuerzo de la especie humana por intentar agradarnos. Tienen ustedes un planeta sin agua potable, casi toda ella en los mares o congelada en los polos, pero observamos con agrado cómo están haciendo lo posible por potabilizar todo esa agua con grandes cantidades de plomo y metales pesados, así como derritiendo ese inútil hielo polar. Sin embargo, aún les queda bastante para conseguir inundar todo de refrescante ácido sulfúrico, como el que disfrutamos en Saturno.

El aire, que antiguamente estaba viciado por un oxígeno irrespirable, está cada vez más saneado con metano y dióxido de carbono, y aunque pronto lo harán respirable para un saturniano, sigue siendo asqueroso. Los extensos y molestos bosques que antiguamente asolaban su superficie, están siendo sustituidos por acogedores desiertos con un ritmo firme y constante, aunque insuficiente. Están consiguiendo extinguir en riguroso orden las especies animales, menos la suya, que medra inútilmente.

Todo eso está muy bien, se lo agradezco en nombre de Saturno, pero quienes no interesan son ustedes, los humanos. Aunque cada día que pasa sean ustedes más y más y se desvivan en inútiles luchas para intentar llamar la atención de quienes vivimos en otros mundos, no interesan nada en Saturno. Aunque nos haga mucha gracia su vulnerabilidad ante las catástrofes naturales, que en Saturno se desencuadernan de la risa cada vez que un terremoto o un huracán les diezma, luego todo se olvida. Muchas personas de bien en Saturno no saben dónde está la Tierra.

Por todo esto le ruego que no me miren por encima del hombro, señores terrícolas, simplemente porque no nací en el mismo planeta que usted. Al menos en el mío, pertenezco a la especie dominante. Ustedes, humanos, no pueden decir lo mismo, pues en su mundo la especie dominante es la bacteria. No sean vanidosos y no desprecien a los alienígenas.

Al fin y al cabo, ustedes no son más que humanos. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Tareas Escolares para Malala

N. del A. En estos días se ha escuchado la noticia de esta valiente niña de 14 años tiroteada por pretender ir a la escuela. A menudo se me pasa por la cabeza balacear a mis nenes cuando me protestan por tener que ir a sus clases. Sin duda, la joven Malala sabe apreciar algunas cosas que mis hijos y también los suyos, bello lector, bella lectora, ni siquiera imaginan. Por cierto hoy es el DÍA INTERNACIONAL DE LA NIÑA. Buen día han elegido. 
Año III opus 112

La niña activista tiroteada será trasladada a un hospital cercano a Islamabad

(EFE) – 11-10-2012 hace 6 horas  
Islamabad, 11 oct (EFE).-
Malala Yusufzai, la joven paquistaní de 14 años tiroteada por los talibanes a raíz de su defensa de la educación femenina, será trasladada en las próximas horas a un hospital cercano a Islamabad, informó hoy una fuente oficial.


Malala, que se convirtió en una celebridad por su oposición al terror talibán al defender la educación femenina en su región natal de Swat, en el norte del país, fue tiroteada por los insurgentes el pasado martes cuando se dirigía en un transporte escolar hacia su casa.
Estimada Señorita Yusufzai:

Me permito remitirle las tareas escolares que deberá usted cumplimentar mientras se repone de sus dolencias, para evitar que pierda el presente curso. Por favor, le ruego que ponga mucho interés en adquirir los conocimientos que a continuación le describo. Deberá usted...

Aprender que sus pocos años no la han salvado porque la infancia no es ningún seguro de vida, que todos los días mueren niños y niñas a manos de guerrilleros, salvadores de patrias, bandidos, fuerzas de paz, piadosos o simplemente de algo tan cruel como el hambre.

Aprender que las balas que han atravesado su cuerpo son más pequeñas que las palabras que usted ha sembrado y que existen los chalecos antibalas, pero aún no se ha hecho el turbante, ni el burka, ni el sombrero, ni el casco que pueda impedir el paso a la palabra.

Aprender que algún día, los niños y niñas de Pakistán tendrán mucho que agradecer a los que hoy intenten hablar de libertades y muy poco que agradecer a los que sólo saben hablar de leyes sagradas.

Aprender que en las doloridas manos de las mujeres de su pueblo que, gracias a la escuela,  consigan pensar por si mismas, está el martillo que algún día romperá la cadena que engendra un loco para cada fusil y un fusil para cada loco.

Y procure que...

Que su familia no la descuide.
Que su patria no la abandone.
Que su religión no la condene.
Que su planeta no la olvide.
Que su esperanza no le falte.


domingo, 7 de octubre de 2012

Herodes return's

La matanza de los inocentes,
de El Giotto
N. del A.: A propósito de niños llorones y padres desesperados. Tal vez ustedes puedan decir que sus criaturas han sido como angelitos, eso significa que ya no se acuerdan de las rabietas y llantinas de sus primeros años. 
Año III, opus 111


Tengo unos vecinos bendecidos con un niño hermoso y guapo que no deja de llorar en toda la jornada, la cual prolonga a veces hasta bien entrada la noche. Sus horas de sueño son las de descanso de toda la vecindad. La fragilidad de las paredes de mi edificio permite que todos los vecinos compartamos emociones como ésta, o que podamos tener cumplida información de las desavenencias conyugales y otros problemas que nos afligen. Es algo que debemos agradecer a la empresa constructora que en los años 70 concedió más importancia al lucro de sus dueños que a la calidad de los materiales. 

Yo me quejaba de la portentosa garganta de mi hijo quien desde su nacimiento hasta bien entrado de músculos alivió con sus lágrimas la pertinaz sequía que castigaba España en los años 90 e iluminó con sus ayes vocingleros las aburridas noches de Móstoles. Este joven vecino mío ha hecho bueno a mi chiquitín, lo que nos enseña que siempre hay alguien más desgraciado que nosotros.

Sus rabietas se adornan con las voces desesperadas de sus padres, ora ofreciendo alternativas a sus caprichos, ora impartiendo justicia, ora suplicando por su vida. Es inevitable en estos momentos reivindicar la figura histórica y biehechora del rey Herodes, acusado injustamente acabar con la vida de los mal llamados Inocentes por pura vesanía cuando, si lo hizo, fue por amor a su pueblo. Las noches de Israel nunca fueron tan tranquilas como entonces. 

Sin embargo, no se asusten, nunca llega la sangre al río. La evolución ha dotado a nuestra especie con un maravilloso don: el olvido. Sin esta portentosa cualidad humana, todos los niños llegaríamos a mayores profundamente odiados por nuestros progenitores y en casos como éste, simplemente no llegarían a edad fértil. El olvido es una droga de efectos inmediatos que se desata simplemente con una sonrisa del niño, con una palabra inocente o con un acurrucarse contra nuestro costado. A veces, simplemente ver los párpados plácidamente cerrados del monstruo y escuchar su respiración tranquila y rítmica dispara chorros de olvido sobre nuestro cerebro alborotado. Gracias a eso estamos vivos y existimos.

Aquellos vecinos que compartieron la infancia de mi hijo a costa de su descanso mostraron siempre paciencia hacia él y comprensión hacia nosotros, sus padres. Denunciamos a nuestros vecinos si ponen la música muy alta o hacen ruido con el aspirador, pero no si su pequeño nos destruye el cerebro con sus rabietas. Nuestra especie está adaptada evolutivamente para soportar esta imposición biológica puramente humana, pues no se conoce que los hipopótamos estén cantando boleros a sus crías a altas horas de la madrugada, como supondrán, he tenido que hacer yo. Y eso que entre bolero y bolero yo bostezaba abriendo la boca como un hipopótamo de regular tamaño.

Gracias Herodes por tu buena intención, pero como ves, no hacía falta. 


sábado, 29 de septiembre de 2012

Esto con Franco no pasaba

N. del A. Aborrezco a los violentos, tanto si se ocultan la cara con una sudadera con capucha o si lo hacen con su casco reglamentario. El 25 de septiembre en la manifestación en el Congreso de los Diputados y a su alrededor, había gente que quería hablar y gente que no quería escuchar. Al final hablaron las porras y escucharon las costillas.
Año III opus 110
Esto con Franco no pasaba. 

Si conocemos cuál es la guarida donde se refugian unos pocos centenares de delincuentes, que han robado, extorsionado y defradudado a varios millones de ciudadanos, si la gente de bien se reúne para rodear esa guarida y denunciarlo, ¿es eso un delito o un acto cívico?

(Con Franco esto no pasaba,  porque no se reconocía el derecho de los ciudadanos  a
manifestarse públicamente. Entonces sí era delito, hoy, en España, no lo es)

Si con los impuestos pagamos a unos funcionarios (cada vez menos, hay que decirlo) para que protejan a la ciudadanía y en vez de perseguir a los granujas que estaban dentro del Congreso, cargan contra los que les denunciaban fuera, ¿es esto obediencia o traición?

(Con Franco esto no pasaba,  porque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no estaban sometidas al imperio de la ley como  sucede en España, un Estado de Derecho)

Si cada vez que la policía se desahoga en las costillas de jóvenes o mayores, de mujeres o de hombres, de culpables o inocentes sus responsables van a declarar que están orgullosos en vez de incoar expedientes disciplinarios, ¿son responsables o culpables?

(Con Franco esto no pasaba,  porque no existía ningún control sobre los actos arbitrarios de la Administración, ni tenían que responder ante los representantes de la nación)
  
Si los políticos sólamente se acercan al pueblo en vísperas de elecciones para conseguir su voto y se sienten amenazados cuando el pueblo se acerca a ellos, para que den cuentas de lo que han hecho con esos votos, ¿es eso un golpe de estado o democracia?

(Con Franco esto no pasaba,  porque era una dictadura y las dictaduras son así y consideran cualquier disensión y cualquier opinión contraria como una amenaza)  

Hoy no estamos igual que en la época franquista, porque ahora vivimos en una democracia avanzada, en un Estado Social y Democrático de Derecho, como dice el artículo 1.1. de nuestra Constitución. Vivimos en un país con derechos indiscutibles y libertades indiscutidas. 

O tal vez opinen ustedes como yo que si cambiamos los uniformes azules por otros de color gris, nos demos cuenta de que esto que vemos en este video, también pasaba con Franco. Que tal vez no hayamos avanzado mucho y que la democracia que vivimos está llena de palabras huecas. Y que queremos una España con más razón y menos porras.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Elegía Mecánica

N. del A. Dicen que algunos hombres cuidan mejor sus coches que a su familia. No es mi caso: yo nunca le he preparado a mi automóvil un vasito de leche con galletas antes de acostarlo, ni le he arropado en su garaje, ni le he cantado la nana del tío Garrampón. Pero aún así, es inevitable tomarle algo de cariño a ese montón de chatarra.

Año III Opus 109
En estos días he recibido una terrible noticia. En la sala de espera del servicio oficial, el jefe de mecánica en persona, con su impecable bata blanca,  me puso la mano encima del hombro y con voz solemne y respetuosa me anunció que mi automóvil está deshauciado. Se ha hecho todo lo mecánicamente posible, me dijo, la ciencia bien poco puede hacer ya. Pregunté con un hilillo de voz de cuánto tiempo disponíamos. No se puede saber con exactitud, respondió con dulzura, el fatal desenlace se producirá en cuestión de semanas, meses quizá..., es difícil de predecir.  Sentí una fuerte sequedad en la garganta, un solícito mecánico me ofreció un vaso de agua y me lo rocié por la cabeza.

Insistí en verle. Me acompañaron hasta un rincón del taller donde estaba mi coche, triste y abandonado. Se puso muy contento de verme y derrapó gozosamente para demostrármelo, me puso las ruedas delanteras encima de mi pecho y me lamió la cara con la correa del radiador, agitando nerviosamente el tubo de escape. Pero tantas alharacas no pudieron ocultar el run run fatigado del motor, ni tampoco esa cruel incontinencia de aceite que ensuciaba el piso. Me miraba con los retrovisores gachos y los faros lánguidos y enfermizos, intentando disimular su sufrimiento. No puede hablar, pero sé que lo entiende todo; de alguna manera se pregunta qué día le pondrán la inyección letal antes de reciclarlo o si lo usarán como blanco en un campo de tiro para carros de combate. 

Dentro de poco estará en el Cielo de los automóviles, aunque sea un coche negro, porque también se van al cielo todos los negritos buenos. No será un paraíso a cielo abierto, sino un inmenso aparcamiento cubierto, como les gusta a los coches, con las líneas recién pintadas de blanco brillante y el pavimento firme y suave. Un parking donde se aparque siempre en batería, que es la forma más democrática  de estacionar los vehículos, porque todos ocupan una plaza de igual tamaño, no como esos neoliberales aparcamientos en línea, donde los más largos ocupan más que los más chiquitos. Con una entrada sin barrera y grande, más grande que el ojo de una aguja, y tendrá lavados gratis y barra libre de combustible del bueno. Estará cerca del cielo donde moran las almas benditas de las bicicletas robadas, de las virginidades perdidas, de las pagas de Navidad hurtadas a los funcionarios, de los bosques primarios de laurisilvas. Estará cerca del paraíso donde iremos los calvos de corazón y los pajarillos usados como testigo de grisú en las minas de carbón..

No es justo que mi auto se vaya de este mundo sin pena ni gloria y en cambio siga lustroso el Mercedes que Hitler regaló a Franco. ¿Porqué el Lincoln en que murió Kennedy, que estuvo tan cerca de la muerte no está deshauciado como el mío? Pero yo no les envidio la vida en un museo. Mi automóvil acabará sus días rodando sus últimos kilómetros sobre el asfalto como debe ser, con la capota bien alta, con los faros mirando al frente y el paragolpes ondeando al viento.

Como me sucederá a mi algún día. No sé si a ustedes también, porque no les conozco lo suficiente. Llegará el momento en que el run run de mi corazón se debilite y mis herederos piensen en comprarse un padre nuevo y deshacerse del viejo. No me preocupa, únicamente les pido que entierren mi cuerpo en batería, como buen demócrata que he sido.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Miénteme

«-Esperanza, miénteme, dime que no vas
a traer Eurovegas a Madrid ..
- Ni hablar, chato, pues buena soy yo»
N. del A. 
Nos gusta que nos mientan, que nos endulcen el oído, que nos digan lo que queremos oír, como Johnny Guitar. El nivel de tolerancia a la mentira es mayor en España que en el resto de Europa. Debería crearse un índice económico que fuese la Prima de Falsedad. Somos unos pardillos.




Año III  Opus 108
En este artículo, Amando de Miguel usa la palabra politiqués para referirse al idioma que utilizan los políticos en todos los países del mundo. Es un lenguaje que se caracteriza por no comunicar, que es todo lo contrario que se requiere de un lenguaje. El discurso de un político tiene una tendencia irresistible hacia la ocultación de la realidad, ya sea mediante una jerga oscurantista o por la más despiadada mentira.

En los años en que España era un país de tercera fila, inculto e ignorante de sus derechos, los gobernantes acudían al único canal de televisión disponible, el oficial, para soltar su discurso con una jerga propia, un lenguaje elevado y técnico que lo hacía completamente incomprensible para la mayoría de los ciudadanos, quienes lo escuchaban asintiendo y convencidos de que sus hijos debían ir a la Universidad para hablar así. Forges publicó en los setenta un chiste donde un extraterrestre recién llegado al planeta pronunciaba unas palabras incomprensibles y la gente pensaba «debe ser un ministro»

Hoy en día hablan un lenguaje más coloquial,  unas veces campechano, otras veces incluso argot. Pero eso no mejora la comunicación porque se han abandonado completamente a mentir como bellacos. En estos años en que España es un país de tercera fila, pero con ínfulas de primera, tan inculto e ignorante como el de antes, aunque los hijos de aquellos españoles hayamos ido masivamente a la Universidad, los ministros acuden a sus canales oficiales, a mentir y mienten a gusto, mienten mucho, mienten con descaro, mienten con expresión de beatitud, mienten con datos fidedignos, mienten con una sonrisa, mienten en twitter, mienten en directo, mienten fuera de los micrófonos, mienten en inglés, mienten off the record, mienten como Jim Carrey en Mentiroso compulsivo, mienten, mienten...

Lo que me preocupa realmente es la impunidad. Nos hemos acostumbrado los ciudadanos a recibir las mentiras con absoluta resignación tras la constatación de que todos los partidos lo hacen. Qué se le va a hacer decimos y recordamos las mentiras que dijo el otro para justificar las de éste. Mentiras vergonzosas, de tan evidentes,  como la que nos quieren hacer creer que Eurovegas va a crear ¡200.000 puestos de trabajo directos! y no les crece la nariz como a Pinocho o aquellas que nos prometían que no había crisis, que no iban a subir impuestos... Sería innumerable. Si un político dice que no va a llover, corro enseguida a buscar mi paraguas.

¿Porqué los ciudadanos aceptamos ese insulto? ¿Por qué nos gusta que nos mienta aquél que votamos y nos indigna cuando miente el otro? Debemos tener una dependencia enfermiza de nuestros gobernantes ya les admitimos sus embustes como la esposa que se traga con hiel las infidelidades de su marido por miedo a perderle. No queremos oír la realidad, queremos que nos digan lo que queremos oír y a quien lo hace, le votamos. ¿Somos o no somos un país más ignorante aún que el de los años setenta cuando confundíamos a un ministro con un marciano?

Somos como el protagonista de Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), en la famosa escena en que pedía a  Joan Crawford que le mintiese a toda costa, que le dijese algo bonito aunque fuera falso. No quería escuchar que no le había guardado ausencia y que todo el dinero que tenía lo había ganado de forma poco digna. Él no quería verdades, quería sentirse añorado. 

Algo así nos pasa a nosotros. Esperanza, Mariano, mentidme, decidme que siempre estaréis con nosotros...


LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...