jueves, 26 de marzo de 2015

Habeo quem fugiam, quem sequar non habeo

Cuando Cicerón decía este famoso dicho, no pensaba en Twitter.

«Conozco de quién debo huir, pero no sé a quien debo seguir». Así podríamos traducir este problema filosófico que enunciaba Cicerón hace poco más de dos mil años. Hoy en día, que ha llovido desde entonces, el graciosillo de Cicerón tendría otro problema, el que tienen los jóvenes de hoy que se duermen, se alimentan y se reproducen siempre  con un smartphone en el mano.

El problema de hoy sería cómo saber cuándo tienes que dejar de seguir a alguien. En las redes sociales, por supuesto.

En un periódico digital mostraban como noticia (nos las mostraré aquí, con la esperanza de que las devore el olvido), unas entradas en Twitter de ciertos energúmenos que se quejaban de que el seguimiento televisivo del accidente aéreo en los Alpes retrasaba el inicio de su programa basura favorito. Un programa en el que unos jóvenes descerebrados y descerebradas debaten a gritos por un quítame allá estos tuits era más importante que la tragedia de esos cientos de personas.  Lo que me asustaba no es que existieran personas (sic) tan insensibles, sino el número de followers y retwits que tenían tales criaturas. Y también que pudieran torturar el castellano de esa manera.

¿Con qué criterio seguimos a los que seguimos en las redes sociales? ¿Porque son admirables, famosos, fantásticos, sabios...? ¿Porque son familia, amigos, mascotas...? ¿Cómo es posible que unos impresentables del calibre 9 largo tengan miles de seguidores como si fuesen profetas de Dios? La razón seguramente es que ya no sabemos a quién seguir y no distinguimos de quién huir. Grave problema si tuviéramos que sobrevivir en la sabana.

Cicerón no sabía lo que era un retuit, pero sé que le encantaría, porque era una persona a la que le gustaba escucharse. Probablemente tuviera una legión de followers, pero él, al menos, era un genio, pero eso no es imprescindible.  Si es usted un imbécil famoso, probablemente tenga miles de seguidores, pero si necesita ayuda, hay empresas que se los consiguen mediante una sencilla panoplia de argucias de marketing. Recuerde que esos seguidores son personas reales que le dan a un botoncito sin pensar y que comen pan que unos pobres panaderos han tenido que amasar muy de madrugada.

Lástima de pan.


jueves, 19 de marzo de 2015

Ad Calendas Graecas

Ahora que se habla a diario de la deuda griega me  viene a la memoria este dicho que siempre tenía en la boca el genial Cayo Octavio Turino, más conocido por Octavio Augusto. Este simpático muchacho peinado con un gracioso flequillo trabajaba de emperador en el Imperio Romano en la época en que vivían los Reyes Magos y no tenían que ser sustituidos cada año por padres y madres.

Además de un poderoso y eficiente emperador, el tal Octavio era también un caradura que debía siempre dinero  a los amigos y cuando le reclamaban  el pago contestábales, con gracejo y desparpajo, que les pagaría «ad calendas graecas». Tal vez este chiste, como  a sus acreedores,  no les haga gracia, porque los españoles sólo sabemos inglés y "embotellado", pero yo se lo explico: los plazos de un crédito en Roma se pagaban siempre a primeros de mes, que se llamaba las calendas en el calendario romano, pero en el calendario griego no había calendas, por lo tanto, la expresión para un romano equivalía a decir que te va a pagar tu tía.

Un cachondo, Octavio. Poco después, con la misma desenvoltura, ha venido a decirnos el griego Yanis Varoufakis a la Unión Europea algo eqyuivalente: dice que la inmensa deuda de su país la va a pagar también « ad calendas graecas»:
(cita de El País 19-3-15)

La ruina de Grecia no la provocaron los griegos que pagan hoy los impuestos para devolver la deuda, sino aquellos que los dilapidaron y negociaron su rescate a cambio de destruir el bienestar social. Aquellos que no tienen la culpa hoy dicen que sí, que pagarán, pero cuando lleguen las calendas griegas.

Pues no me parece tan mal, ea. Paguemos todos a la griega y que los buitres epónimos que dan nombre a los fondos buitres no cobren el dinero con que extorsionan y chantajean a los contribuyentes que aún reúnen fuerzas para contribuir. Que la gente, usted o yo, no somos carroña.

Me acusarán de demagogia, y de ser un antisistema de sofá y mando a distancia, y dirán que no todo el dinero se lo deben a los carroñeros, sino que también los griegos nos deben mucha plata a los españoles, Que los alemanes no nos perdonan nuestras deudas, así como nosotros no perdonamos a nuestros deudores. Es cierto, pero, querido Octavio Augusto: ¿no es más cierto que el que deja de pagar a un fondo buitre de inversión tiene cien años de perdón?

Pues que los griegos empiecen a pagar dentro de cien años.


martes, 17 de diciembre de 2013

Carta a Superman

Año IV. Opus 137

Querido Superman:

Este año te pido a ti los juguetes.

Me he borrado de la suscripción que mantenía con los Reyes Magos de Oriente desde mi más tierna infancia, aún a riesgo de perder la antigüedad como cliente, porque todos los juguetes que traían estaban hechos en China y por su culpa la industria juguetera que había aquí se fue a chichiringui.

Por supuesto, tampoco me he afiliado al viejo gordinflón con el traje de la Cocacola, explotador laboral de renos y duendes, como todo lo que nos viene del norte. Tampoco soy cliente ya del Ratoncito Pérez, porque estoy en una edad en la que ya no celebro ninguna pérdida en mi dentadura.

Esta Navidad he decidido mirar al oeste y pedirte a ti mis juguetes, porque lo que no puedas tú...

Sabemos que últimamente estás un poco flojillo, desde que tu cuñado te recomendó aquellos supositorios de kriptonita, que a él le obraban maravillas, pero estoy seguro de que en algún momento te recuperarás y volverás a surcar los cielos de Metrópolis en busca de malvados con cara tonto. En Móstoles y su zona de influencia que conocemos como España, hace falta también quien meta mano a tanto desmán y despropósito. Yo, desde mi blog, hago lo que puedo, pero soy consciente de que aún no es suficiente.

Y ahora mi pedido. Quiero un Eurovegas de la Señorita Pepis, con su pequeño casino, sus pequeños impuestos, su pequeña maquila y su pequeña zona de fumadores. Todo eso me lo iba a traer Las Vegas Sands, pero parece que Mr Adelson se ha ido a fastidiar a otros y nos deja sin esas infraestructuras destinadas a "servicios públicos" imprescindibles en una democracia avanzada. Me conformo con el Eurovegas de juguete.

Quiero también unos Juegos Olímpicos Geyper, bonitos y baratos, con su pista de patinazos sobre ruedas, sus pruebas de tiro a la botella y que incluya una pequeña cafetera para relajantes cafés. Y muchas medallas de pan, porque las de oro y plata sólo se consiguen si hay patrocinios y en mi casa sólo patrocino yo.

Y quiero, por último,un Congreso de Comansi, con sus diputados de los Masters del Universo, sus Madelman antidisturbios custodiando el sacrosanto edificio y sus Airgamboys perroflautas que intentan rodearlo. Como a nuestros nunca bien amados líderes que se encargan de velar por nuestros derechos y libertades no les gusta que salgamos a la calle a pedir cosas, han pensado en meter una multa de no te menees al que mire a los ojos a un policía o le cuente la verdad de la vida a un diputado, así que sólo voy a tener oportunidad de interactuar con los Padres de la Patria en forma de juguetes o votando cada cuatro años, que para el caso es lo mismo.

Si preguntas, te dirán que he sido bueno. He pagado con mi dinero mis deudas y las de otros que tenían más dinero y más deudas que yo. Y me lo he comido todo, lo que debía y lo no. Así que no me falles Superman, no me falles.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Quiero ser un villano de comic

Algunas actitudes bienintencionadas de personas de mi entorno pueden llegar a molestarme. Por ejemplo, que con el mayor de los cariños me metan un calcetín sucio en el ojo o que, por hacerme reír,  un mono sin estudios moje un testículo en mi sopa. Son buenos ejemplos de esas cosas sin mala intención que me incomodan sin saber uno por qué. Otro ejemplo de estas actitudes que me amuelan es que me digan benevolentemente que soy una buena persona. Yo no soy como Antonio Machado que encontraba un buen sentido a la palabra  "bueno". Les explico por qué:

Hay una frontera casi invisible entre ser bueno y ser ingenuo, de manera que a veces es difícil  inferir si la intención del que nos reputa de buenos es alabar nuestras bondades o manifestar, sin herirnos, nuestras mermas. A veces, el que nos llamen buenos esconde otra cosa que nos niegan, como aquellas mujeres que me hablaron de "belleza interior", pero que no quisieron acostarse conmigo o aquel jefe que me alababa en el trabajo y luego me asignaba a mí la tarea de ese caradura que todo el mundo despreciaba por vago o inútil. 

Con ese paranoico e inexplicable sentido de la justicia que tiene el Destino, las chicas se suben a las motos de los más malotes, ascienden en la escala social los más aborrecibles y pagan los impuestos que mantienen el sistema los más honrados.

Por esto quiero ser un auténtico villano de cómic, de ésos que disfrutan de todo lo que la vida puede dar: poder, dinero, admiración y sexo. De esos que durante casi todas las páginas del cómic consiguen hacer su santa voluntad y sólo al final, en las páginas finales, les estropea los planes un fantoche vestido ridículamente y con un sobrevalorado sentido de la honestidad. Los atribulados ciudadanos de la ciudad sufren durante todo la historieta y cuando, gracias al héroe, se ven libres de la lacra, se les acaba el relato sin darles tiempo a disfrutar de la tranquilidad conseguida con tanto esfuerzo. 


Quiero ser uno de esos malvados que saben perfectamente que al final se escaparán de rositas, para poder liderar el mal en el siguiente cómic, y encontrarán nuevos e ingenuos secuaces, buenas personas en el fondo, que palmen por ellos y paguen sus culpas.

Quiero ser un villano de esos que pueden mentir, desdecirse, reconocer sus errores y volver a mentir sin perder por ello sus fieles seguidores-votantes. De esos que pueden acumular millones en Suiza y conseguir que les devuelva Hacienda sus cuotas del IRPF. De esos que delinquen a pecho descubierto y sólo son juzgados sin riesgo alguno por los delitos que ya han prescrito. De esos que, si acaso el caprichoso azar les depara un auto de ingreso en prisión, duermen tranquilos en dorado aislamiento, sabiendo que el Ministerio Fiscal se encargará de sacarles del apuro, con mayor diligencia que su propio abogado defensor.

En fin un villano de esos que los ciudadanos buenos y honrados sostienen sua pecunia. De los que cuando son descubiertos por la prensa "canalla y falaz" tienen siempre medios de salir airosos o de los que no conocen los servicios públicos de empleo, porque si pierden su puesto en la política, les reciben con fanfarrias y chears leaders en importantes consejos de administración. 

Y sobre todo, como un buen villano de cómic quiero reírme mucho, con la boca bien abierta, a carcajada limpia y sin inhibiciones. Reír y reír todo el tiempo y no como esos héroes pusilánimes, eternamente preocupados por el bien común. 

Así que el día que quieran halagarme, díganme: «tío Eugenio, eres un canalla»

jueves, 14 de noviembre de 2013

La parábola de la inundación casera

Les voy a contar una historia en dos versiones.

En cierta ocasión, se rompió la llave de un radiador de la calefacción de mi casa. Diligentemente, cerré las llaves de paso para que no se inundara el piso, pero aún así no pude evitar que saliera suficiente agua como para estropear el parquet de mi salón y provocar humedades al vecino de abajo. Llamé a la empresa aseguradora y vinieron peritos, fontaneros, pintores y soladores. Se arreglaron las cosas y después de eso, el vecino y yo nos saludamos cordialmente cada vez que el azar nos junta en el portal.

Ahora imagínense esta otra versión de la historia:

Al romperse el radiador de la calefacción y derramarse el agua por el piso, informo inmediatamente al presidente de mi comunidad de vecinos. Éste, en vez de dar instrucciones para minimizar el posible daño, consulta con el administrador y los vocales del edificio. Alguno de ellos, iluminado por el Gran Espíritu de las Geniales Ideas ordena que se abra la puerta de mi casa, para que el agua salga hacia la escalera. El resultado conseguido es que la inundación afecta a toda la finca, se estropean los muebles, se desalojan las viviendas y se ahogan los gatitos que no pudieron ser rescatados por sus amos.

Los vecinos de los inmuebles cercanos ayudan personalmente a limpiar y reparar los destrozos, y entre todos, contribuyeron económicamente a restaurar la situación.

Diez años después, nadie ha asumido ninguna responsabilidad. Yo sigo tan tranquilo en mi casa restaurada, ninguna aseguradora ha pagado indemnizaciones a los dueños de los gatitos y los cargos de gobierno de la comunidad de vecinos vuelven a ser los mismos iluminados que aquella vez, a los que no les ha pasado ni el tiempo. 

¿Les parece una versión de la historia imposible e inverosímil? Pues no lo es. Sustituyan el agua de los radiadores por "hilillos" de gasoil y tendrán la historia del Prestige.

Es España la que es inverosímil.

martes, 12 de noviembre de 2013

Espiar en tiempos revueltos

→ (Nota para las agencias de inteligencia que intercepten este blog: el autor jura que nunca ha tenido la intención de atentar contra el presidente de los Estados Unidos, aunque no niega que, de tener una  oportunidad franca, le retorcería con gusto los pezones) ←
→ (Nota para los lectores: disculpen si ésta les parece una entrada llena de arquetipos, falsos prejuicios y lugares comunes sobre espionaje. Lo sé, estaban todos juntos en un estante de mi cerebro y los he desclasificado antes de que lo hiciera Snowden)←

Ya no se espía como antes.


Ahora en este mundo loco, donde todo cambia y se envilece por el progreso, espiar se ha convertido en algo vergonzoso. Yo, como seguramente le pasará a usted, añoro los espías de la postguerra, los dignísimos y honorables espías que hemos conocido por las novelas de John Le Carre o Frederic Forsyth. Aquellos espías eran señores muy respetables con su gabardina y su sombrero de ala ancha para saludar o elegantes damas vestidas de mujer fatal, pero fatales de verdad, esas que con sólo dos bocanadas de humo convertían tu vida en un maravilloso infierno. Nada que ver con los freakys medio autistas que con chandal y sin afeitar asaltan hoy en día nuestros ordenadores. Hoy espía mejor un hacker de quince años que un señor hecho y derecho y, encima, cuesta encontrar una buena gabardina.

El espionaje de ahora es inmoral porque:

Antes se arriesgaba la vida espiando porque había que entrar en casa del enemigo y hacerse un book en microfilm con todos sus secretos,  que por supuesto estaban en papel, con el sello en rojo de TOP SECRET en una esquina, como corresponde a los secretos elegantes y bien hechos de antes. Hoy ya no se imprimen los secretos, porque está mal visto gastar papel, las confidencias vuelan por la nube de internet y no hay que arriesgar la vida para apoderarse de ellos, sino simplemente cazarlos al vuelo.

Antes se espiaba de uno en uno y siempre se elegía a gobernantes, potentados, malvados o simplemente espías contrarios. Ahora se interceptan millones de llamadas, indiscriminadamente, da igual si son de moros o de cristianos, espían a todos incluidos usted y yo, pobres inocentes que no nos metemos con nadie.

Antes se espiaba sólo a los países enemigos, que eran muchos, pero todos sabíamos cuáles eran. Ahora, se espía también a los países amigos, a los países hermanos e incluso a los países cuñados. Nos espían nuestros amigos y en virtud de un sentido de amistad mal entendida, nuestros servicios de inteligencia colaboran felices en espiarnos para ellos.

Antes se espiaba in situ, en el país enemigo, donde había que confraternizar con las gentes y sobornar en dólares a las autoridades locales, práctica que tenía el beneficioso efecto de redistribuir la riqueza mundial. Ahora se espía desde un satélite, sin dejar ni una sola divisa en el país espiado ni hacer una sola amistad.
Antes los espías pasaban los secretos a sus agencias de espionaje que los seguían manteniendo en secreto. Hoy se venden los expedientes reservados a los semanarios dominicales para que todos, por dos miserables euros con cincuenta,  nos enteremos de los entresijos del Vaticano o del Pentágono.
Sin embargo, no todo está perdido. Yo tengo cierta empatía con los espías, porque a mi también me gusta enterarme de lo que hace el vecino y me encanta leer por encima de hombros ajenos en el transporte público.Yo perdí hace tiempo la ilusión de que tenía algún derecho a la intimidad. Ahora lo que reivindico es sólamente que me dejen acceder a mi intimidad, que pongan todas esas comunicaciones que nos han interceptado a nuestra disposición. Esas conversaciones íntimas o profesionales, importantes o fútiles que nos han robado son legítimamente nuestras y debemos exigir que nos las proporcionen cuando lo solicitemos. Y así podríamos...
  • ...Recuperar recados importantes de nuestro contestador o correos electrónicos que habíamos dado por perdidos.
  • ...Obtener las grabaciones de aquellas conversaciones telefónicas donde surgieron promesas de matrimonio o de amor eterno y que ahora necesitamos para reprochar la frágil memoria de nuestros amantes.
  • ...Volver a escuchar las felicitaciones de aniversarios o la voz del niño que nos llamó papá por primera vez durante una llamada desde el trabajo.
No les niego el derecho a espiarme, porque sería un esfuerzo estéril. Espiar se hace sin derecho a hacerlo, eso es obvio. Simplemente reclamo mi derecho de acceso a las grabaciones de mis llamadas o mis correos electrónicos.

Ya que han violado mi intimidad, que me sirvan de copia de seguridad.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Bombas, funcionarios y artículos de tocador estrafalarios

Hay que poner coto a tantos desmanes. 

Normalmente, suelen venir por el dinero, ese vil metal. Yo reconozco que cada uno se lo puede gastar en lo que le plazca. Por ejemplo, invertir un millón de euros en comprar un único rollo de papel higiénico fabricado con oro en vez de con celulosa que, según las noticias de esta semana, venden unos simpáticos señores del Japón.

Aparentemente es una excentricidad simpática e inocua, aunque yo, personalmente,  prefiero para mi servicio el papel ese que desenrollaba por toda la casa un lindo cachorrillo juguetón. Sin embargo, no lo es. Me parece delirantemente insultante que, coincidiendo en fechas con el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza aparezca alguien dispuesto a limpiarse el culo con oro, sin importarle cuánta gente no tiene para comer ni tampoco qué pobre criatura ha sufrido para extraer el metal, ni siquiera cuánto arsénico ha contaminado el paisaje. 


Precisamente, como el papel higiénico con el que se limpia la Gran Europa sus desmanes es como deben sentirse los funcionarios portugueses, que van a sufrir nuevos recortes en sus salarios. Ya saben, un nuevo sacrificio por el bien de la nación. A los funcionarios españoles también se les congelará el sueldo, pese a que los brotes verdes siguen proliferando en todas las ruedas de prensa donde haya políticos desde que empezó la crisis. Hasta nos hacen creer que los salarios crecen y que si nos sentimos más pobres hoy que el año pasado, es seguramente por codicia.

Tampoco los funcionarios norteamericanos estarán contentos, que no cobrarán porque su administración se ha paralizado a lo tonto tonto. Lo que ellos llaman shutdown y nosotros falta de seso. En este caso no es la falta de dinero, sino la falta de acuerdo sobre cuánto gastar. Es un bonito y llamativo desmán que el Tea Party regatee el dinero destinado a financiar la reforma de la sanidad pública y no discuta el dinero que se destina a bombardear terceros países. Países como Siria, donde, muy oportunamente, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas ha recibido el premio Nobel de la Paz 2013, lo cual fortalece la posición de quienes afirman que el régimen de Bachar al Assad es malísimo y bombardeable. Ha dejado sin Nobel a  Malala Yousafzai, que era una niña que lo único que tenía a favor del premio era merecerlo.

Tanto sindiós me cansa ya. Me voy un rato al cuarto de baño a usar mi rollo de papel de oro, mi cepillo de dientes engastado en brillantes y mi dentífrico de caviar. Me acuesto tranquilo porque sé que hay más beatos españoles en los cielos, nada menos que quinientos y con esa fuerza viva, nada malo nos ha de pasar. 

Parece que todos hayamos tenido un shutdown en el cerebro. 


lunes, 30 de septiembre de 2013

Otoños, caderas y penes de madera.

El tiempo está loco. Esta semana, por fin, han traído el otoño a España. No el otoño oficial de calendario y con carné de otoño, sino ese otoño que trae agua y cumple con las expectativas de todos los niños que en sus cuadernos de clase representan esta estación con lluvia y hojas caídas, así como la primavera la pintan con flores y el invierno con nieve. Propongo abolir el veranillo de San Miguel, y los febrerillos locos, para que el tiempo se parezca más al que dibujan los niños.

Por lo demás, en esta semana hemos llevado la cadera del rey al taller y como estamos locos, nos ponemos a debatir a lo tonto si debería haber ido a un hospital público o privado. Si allá donde va ocupa él solito una planta entera, que sea de uno privado y no de uno donde vayamos los demás. Encima, dado que es una avería persistente, propongo que no está de más pensar en poner uno nuevo, aunque por supuesto, yo no entiendo nada de mecánica de reyes,  yo sólo sé que, precisamente esta misma semana, he renovado mi lavadora por mucho menos.

Entre las locuras de la semana no pueden faltar las de nuestro gobierno, que ha tranquilizado a los funcionarios afirmando que este año tendrán paga extraordinaria en Navidad. Se les congelará el sueldo, por supuesto, pero tendrán paga extra. para volverse locos de alegría. Una año más, este es el año de la recuperación. A lo mejor, es también el año que aciertan. Propongo que al presidente se le congele el bigote.

Una de las fotografías subastadas, de Allen Jones.| Christie'sLocos, lo que se dice locos son los que pagaron dos millones de euros por imágenes y pinturas de Kate Moss. Si se las puede bajar uno por internet. El derroche de dinero, en un mundo donde hay tanta fatiga y sufrimiento, podría ser delito de lesa humanidad, pero no lo es. Es síntoma de buen gusto, parece. Si fuera delito, el futbol sería ilegal y los presidentes de equipos que pagan 90 millones de euros por contratar a un sólo trabajador, sufrirían cadena perpetua.

¿Y qué me dirían de los "dueños" de Qatar, que están derrochando tantos millones como piedras tiene el desierto en construir estadios, trenes y carreteras para el próximo Campeonato Mundial de Fútbol? Derrochan millones y, según The Guardian, también vidas. Dicen que 44 trabajadores han muerto de calor en las obras, por negarles el descanso y el agua durante la jornada en pleno verano arábigo. Por ahorrarse unas pelillas.

No me extraña que en un mundo tan absurdo, tengamos la mentira a flor de piel. Un tal Licciardi, atleta e impostor de bajos, intentó dar el timo del cambiazo a los jueces que le hacían el control de orina. Como son perros viejos, o tal vez viejos verdes, querían en ver en persona el grifo de donde salía la muestra que les iba a entregar el atleta. En sus mismas narices, disimuló con  un postizo y llenó el bote con orina de un cuñado suyo, abstemio y vegetariano. Le pillaron, claro, si no, no sería noticia.

El mundo está loco, loco, loco.

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