→ (Nota para los lectores: disculpen si ésta les parece una entrada llena de arquetipos, falsos prejuicios y lugares comunes sobre espionaje. Lo sé, estaban todos juntos en un estante de mi cerebro y los he desclasificado antes de que lo hiciera Snowden)←
Ya no se espía como antes.
Ahora en este mundo loco, donde todo cambia y se envilece por el progreso, espiar se ha convertido en algo vergonzoso. Yo, como seguramente le pasará a usted, añoro los espías de la postguerra, los dignísimos y honorables espías que hemos conocido por las novelas de John Le Carre o Frederic Forsyth. Aquellos espías eran señores muy respetables con su gabardina y su sombrero de ala ancha para saludar o elegantes damas vestidas de mujer fatal, pero fatales de verdad, esas que con sólo dos bocanadas de humo convertían tu vida en un maravilloso infierno. Nada que ver con los freakys medio autistas que con chandal y sin afeitar asaltan hoy en día nuestros ordenadores. Hoy espía mejor un hacker de quince años que un señor hecho y derecho y, encima, cuesta encontrar una buena gabardina.
El espionaje de ahora es inmoral porque:
Antes se espiaba de uno en uno y siempre se elegía a gobernantes, potentados, malvados o simplemente espías contrarios. Ahora se interceptan millones de llamadas, indiscriminadamente, da igual si son de moros o de cristianos, espían a todos incluidos usted y yo, pobres inocentes que no nos metemos con nadie.
Antes los espías pasaban los secretos a sus agencias de espionaje que los seguían manteniendo en secreto. Hoy se venden los expedientes reservados a los semanarios dominicales para que todos, por dos miserables euros con cincuenta, nos enteremos de los entresijos del Vaticano o del Pentágono.
Sin embargo, no todo está perdido. Yo tengo cierta empatía con los espías, porque a mi también me gusta enterarme de lo que hace el vecino y me encanta leer por encima de hombros ajenos en el transporte público.Yo perdí hace tiempo la ilusión de que tenía algún derecho a la intimidad. Ahora lo que reivindico es sólamente que me dejen acceder a mi intimidad, que pongan todas esas comunicaciones que nos han interceptado a nuestra disposición. Esas conversaciones íntimas o profesionales, importantes o fútiles que nos han robado son legítimamente nuestras y debemos exigir que nos las proporcionen cuando lo solicitemos. Y así podríamos...
- ...Recuperar recados importantes de nuestro contestador o correos electrónicos que habíamos dado por perdidos.
- ...Obtener las grabaciones de aquellas conversaciones telefónicas donde surgieron promesas de matrimonio o de amor eterno y que ahora necesitamos para reprochar la frágil memoria de nuestros amantes.
- ...Volver a escuchar las felicitaciones de aniversarios o la voz del niño que nos llamó papá por primera vez durante una llamada desde el trabajo.
No les niego el derecho a espiarme, porque sería un esfuerzo estéril. Espiar se hace sin derecho a hacerlo, eso es obvio. Simplemente reclamo mi derecho de acceso a las grabaciones de mis llamadas o mis correos electrónicos.
Ya que han violado mi intimidad, que me sirvan de copia de seguridad.
JAJAJA JA Gran idea la tuya, creo que tienes toda la razón. Deberiamos tener archivos, tipo las cajitas antiguas de las oficinas de correos, para recuperar conversaciones agradables. Las feas, las borramos todas...;-)
ResponderEliminar→Kira: no, no, las conversaciones desagradables que nos las guarden, que nunca se sabe cuando tenemos que esgrimirlas ante una ex mujer, un ex marido o simplemente, un cuñado/a
Eliminar