jueves, 14 de noviembre de 2013

La parábola de la inundación casera

Les voy a contar una historia en dos versiones.

En cierta ocasión, se rompió la llave de un radiador de la calefacción de mi casa. Diligentemente, cerré las llaves de paso para que no se inundara el piso, pero aún así no pude evitar que saliera suficiente agua como para estropear el parquet de mi salón y provocar humedades al vecino de abajo. Llamé a la empresa aseguradora y vinieron peritos, fontaneros, pintores y soladores. Se arreglaron las cosas y después de eso, el vecino y yo nos saludamos cordialmente cada vez que el azar nos junta en el portal.

Ahora imagínense esta otra versión de la historia:

Al romperse el radiador de la calefacción y derramarse el agua por el piso, informo inmediatamente al presidente de mi comunidad de vecinos. Éste, en vez de dar instrucciones para minimizar el posible daño, consulta con el administrador y los vocales del edificio. Alguno de ellos, iluminado por el Gran Espíritu de las Geniales Ideas ordena que se abra la puerta de mi casa, para que el agua salga hacia la escalera. El resultado conseguido es que la inundación afecta a toda la finca, se estropean los muebles, se desalojan las viviendas y se ahogan los gatitos que no pudieron ser rescatados por sus amos.

Los vecinos de los inmuebles cercanos ayudan personalmente a limpiar y reparar los destrozos, y entre todos, contribuyeron económicamente a restaurar la situación.

Diez años después, nadie ha asumido ninguna responsabilidad. Yo sigo tan tranquilo en mi casa restaurada, ninguna aseguradora ha pagado indemnizaciones a los dueños de los gatitos y los cargos de gobierno de la comunidad de vecinos vuelven a ser los mismos iluminados que aquella vez, a los que no les ha pasado ni el tiempo. 

¿Les parece una versión de la historia imposible e inverosímil? Pues no lo es. Sustituyan el agua de los radiadores por "hilillos" de gasoil y tendrán la historia del Prestige.

Es España la que es inverosímil.

martes, 12 de noviembre de 2013

Espiar en tiempos revueltos

→ (Nota para las agencias de inteligencia que intercepten este blog: el autor jura que nunca ha tenido la intención de atentar contra el presidente de los Estados Unidos, aunque no niega que, de tener una  oportunidad franca, le retorcería con gusto los pezones) ←
→ (Nota para los lectores: disculpen si ésta les parece una entrada llena de arquetipos, falsos prejuicios y lugares comunes sobre espionaje. Lo sé, estaban todos juntos en un estante de mi cerebro y los he desclasificado antes de que lo hiciera Snowden)←

Ya no se espía como antes.


Ahora en este mundo loco, donde todo cambia y se envilece por el progreso, espiar se ha convertido en algo vergonzoso. Yo, como seguramente le pasará a usted, añoro los espías de la postguerra, los dignísimos y honorables espías que hemos conocido por las novelas de John Le Carre o Frederic Forsyth. Aquellos espías eran señores muy respetables con su gabardina y su sombrero de ala ancha para saludar o elegantes damas vestidas de mujer fatal, pero fatales de verdad, esas que con sólo dos bocanadas de humo convertían tu vida en un maravilloso infierno. Nada que ver con los freakys medio autistas que con chandal y sin afeitar asaltan hoy en día nuestros ordenadores. Hoy espía mejor un hacker de quince años que un señor hecho y derecho y, encima, cuesta encontrar una buena gabardina.

El espionaje de ahora es inmoral porque:

Antes se arriesgaba la vida espiando porque había que entrar en casa del enemigo y hacerse un book en microfilm con todos sus secretos,  que por supuesto estaban en papel, con el sello en rojo de TOP SECRET en una esquina, como corresponde a los secretos elegantes y bien hechos de antes. Hoy ya no se imprimen los secretos, porque está mal visto gastar papel, las confidencias vuelan por la nube de internet y no hay que arriesgar la vida para apoderarse de ellos, sino simplemente cazarlos al vuelo.

Antes se espiaba de uno en uno y siempre se elegía a gobernantes, potentados, malvados o simplemente espías contrarios. Ahora se interceptan millones de llamadas, indiscriminadamente, da igual si son de moros o de cristianos, espían a todos incluidos usted y yo, pobres inocentes que no nos metemos con nadie.

Antes se espiaba sólo a los países enemigos, que eran muchos, pero todos sabíamos cuáles eran. Ahora, se espía también a los países amigos, a los países hermanos e incluso a los países cuñados. Nos espían nuestros amigos y en virtud de un sentido de amistad mal entendida, nuestros servicios de inteligencia colaboran felices en espiarnos para ellos.

Antes se espiaba in situ, en el país enemigo, donde había que confraternizar con las gentes y sobornar en dólares a las autoridades locales, práctica que tenía el beneficioso efecto de redistribuir la riqueza mundial. Ahora se espía desde un satélite, sin dejar ni una sola divisa en el país espiado ni hacer una sola amistad.
Antes los espías pasaban los secretos a sus agencias de espionaje que los seguían manteniendo en secreto. Hoy se venden los expedientes reservados a los semanarios dominicales para que todos, por dos miserables euros con cincuenta,  nos enteremos de los entresijos del Vaticano o del Pentágono.
Sin embargo, no todo está perdido. Yo tengo cierta empatía con los espías, porque a mi también me gusta enterarme de lo que hace el vecino y me encanta leer por encima de hombros ajenos en el transporte público.Yo perdí hace tiempo la ilusión de que tenía algún derecho a la intimidad. Ahora lo que reivindico es sólamente que me dejen acceder a mi intimidad, que pongan todas esas comunicaciones que nos han interceptado a nuestra disposición. Esas conversaciones íntimas o profesionales, importantes o fútiles que nos han robado son legítimamente nuestras y debemos exigir que nos las proporcionen cuando lo solicitemos. Y así podríamos...
  • ...Recuperar recados importantes de nuestro contestador o correos electrónicos que habíamos dado por perdidos.
  • ...Obtener las grabaciones de aquellas conversaciones telefónicas donde surgieron promesas de matrimonio o de amor eterno y que ahora necesitamos para reprochar la frágil memoria de nuestros amantes.
  • ...Volver a escuchar las felicitaciones de aniversarios o la voz del niño que nos llamó papá por primera vez durante una llamada desde el trabajo.
No les niego el derecho a espiarme, porque sería un esfuerzo estéril. Espiar se hace sin derecho a hacerlo, eso es obvio. Simplemente reclamo mi derecho de acceso a las grabaciones de mis llamadas o mis correos electrónicos.

Ya que han violado mi intimidad, que me sirvan de copia de seguridad.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...