jueves, 6 de junio de 2013

Cuatro políticas con freno y marcha atrás

N. del A. El admirable Jardiel Poncela me proporciona el título para poder hablar de más desafueros, injusticias, arbitrariedades, excesos, abusos, atropellos, tropelías, alcaldadas y desmanes que crecen generosamente en los feraces páramos de España y que consiguen que sienta que vamos marcha atrás, como si al país se le hubiera acabado la gasolina en lo alto de una cuesta.
Año IV Opus 131
Hoy no hablo de recortes.

La palabra "recorte" ya me aburre más que contar las hojas de un paquete de folios, porque de unos años a esta parte, todas las instituciones públicas o privadas y todas las familias humanas o animales se han desatado orgiásticamente a reducir los gastos con el mismo frenesí con que antes se despilfarraba. El resultado de tanta mengua nos inunda y nos satura y, a este paso, pronto llegaremos al punto en que ya no nos duelan los azotes.

Por esta razón me he propuesto no hablar más de esta locura, que ya está todo dicho y oído salvo la palabra "basta" en las bocas que deben pronunciarla. Para compensarlo,  he puesto el ojo en las antípodas, es decir, en aquello en lo que en vez de recortar, la política institucional fomenta y ayudará a invertir. He descubierto una nueva máquina del tiempo que nos arrastrará a tiempos remotos. Hagan ustedes la media:

Un retroceso de veinte siglos: el fracking
(Retrocedemos hasta los romanos, quienes ya usaron esta técnica en Las Médulas y, aunque hoy queda un paisaje precioso, hay que ver cómo lo dejaron)


La política energética ha dejado de primar las energías renovables y apuesta claramente por técnicas como el fracking, que no es vestir con elegancia un frac, como el James Bond de Roger Moore, sino una técnica para la extracción de gas natural consistente en inyectar agua con determinados productos químicos en la  Madre Tierra, para liberar las bolsas de gas que hay bajo el terreno. Aunque ya se hace sin esperar a la ley, cuando en muchos países se están prohibiendo estas técnicas, aquí vamos a regularlas. Cuando ellos vuelven, nosotros vamos.

Un retroceso de un siglo atrás: la fiebre del oro en Galicia
(Retrocedemos hasta el XIX, cuando se buscaba oro en California, en Siberia o en Mongolia)

Mina de oro a cielo abiertoEl oro es muy caro. Un kilo de oro no sólo nos cuesta 20.000 euros, sino que también nos cuesta unas hectáreas de monte perdido por la apertura de la mina y unos kilos de arsénico envenenando el subsuelo por el proceso de separación del mineral (y si además, procede de determinados países, también puede costar  la vida de algún niño obligado a internarse en agujeros en la tierra) En vez de proteger el paisaje gallego y la tierra que donde se crían grelos y cachelos, la política minera es fomentar la mina a cielo abierto con la eficaz excusa de que crearán 1600 empleos, oro para hoy y hambre  y arsénico para mañana.

Un retroceso de 50 años: La Ley de Costas
(Retrocedemos hasta la época del Landismo, cuando se perseguía a las suecas en bikini)

Los prohombres de negocios de los años del Milagro Español  buscaron la Gallina de los Huevos de Oro  en las playas españolas del Mediterráneo y la sepultaron bajo un manto de cemento y hormigón, casi a ras del agua. Para evitar que las playas desaparecieran, cuando ya era tarde se prohibió construir a menos de los cien metros, pero ahora ese límite se ha vuelto a dejar en veinte. Lo que son dos filas de sombrillas.  Quedan 80 metros de playa para resucitar el mundo del ladrillo o construir maravillas de la Humanidad como el Hotel Algarrobico, ese que cuesta más derribarlo que construirlo.

Un retroceso de 77 años: la privatización del agua
(Retrocedemos hasta la época anterior en que La Declaración de Derechos Humanos estableció que el agua es un bien de todos)



Que el derecho de acceso al agua potable es de los más importantes es sabido sobre todo por aquellos que no lo tienen, más de mil millones de personas. Y es ignorado por quienes piensan que se puede convertir en un bien comercial. En un país donde el agua escaseará dentro de algunos años merced al calentamiento global y al consumo sin control en campos de golf y piscinas privadas, la política hidrológica es subir las facturas a los ciudadanos y luego privatizar las distribuidoras en unas condiciones inmejorables. Cuando haya escasez, veremos la solidaridad y hombría de bien de las empresas privadas.


Somos corazones con freno y marcha atrás. Vamos de culo.






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