N. del A. Tomo prestado el título de esta entrada de la genial novela de Francisco Ayala, para plantear con ustedes un tema de debate: si un tirano debe morir ajusticiado, asesinado, encarcelado y simplemente de viejo. Sí, por supuesto, escribo esto a raíz de la honorable muerte del señor Gadafi.
Año II opus 78
¿Y ahora qué? Espero que no quieran tirarlo al mar, como se hizo con Ben Laden. Si tiraran al Mediterráneo a todos los tiranos, nos quitaban todas las banderas azules de nuestras playas. Según se dice, el bueno de Muammar al Gadafi, un noble dictador que ejerció su vesanía con absoluta lealtad al código ético del tirano (represión, culto a si mismo, megalomanía, excentricidad, tendencias dinásticas y desmedido afán de lucro) fue alcanzado en la coronilla por una bomba de las fuerzas de la OTAN, un hecho que me sorprende, ya que como todo el mundo sabe, la misión de las fuerzas aliadas es proteger a la población civil, no bombardearla. Seguro que tiene que haber una explicación satisfactoria. Y también se dice que una vez herido fue trasladado en busca de ayuda médica, pero sólo le administraron unos gramos de plomo por vía intracraneal. Las urgencias están allí peor que en España.
Harmodio y Aristogitón, conocidos como Los Tiranicidas, por haberse cepillado al tirano Hiparco de Atenas. Por la gesto de Harmodio, debió partirlo en dos. |
Todo esto lo saben ustedes ya, lo que me llama la atención es el modo de morir de esta criatura, que recuerda necesariamente la muerte de Ben Laden (tiroteado y arrojado subrepticiamente al mar como un residuo nuclear) o la de Saddam Hussein (ahorcado en directo por TV). Muertes sin lugar a dudas ejemplarizantes, ante lo cual yo planteo: ¿Deben morir así o ser juzgados?
Otros dictadores de los muchos que dio el siglo XX han tenido fines muy distintos. Voy a repasar algunos, pero es imposible que nombre a todos, así que pido perdón de antemano a aquellos tiranos que no cite, y que sepan que están presentes en mis pensamientos y mis oraciones.
Empiezo por los que han terminado sus días de forma violenta, además de los que ya he citado antes. Otros ejemplos:
Nicolae Ceaucescu, fusilado en 1989, también probó su propia medicina con presencia de las cámaras.
Pol Pot, fue ayudado a morir por sus propios Jemeres Rojos en 1989, después de haber puesto Camboya manga por hombro, masacrado a un millón de personas y declarar ante la prensa, que "él no era un hombre violento".
Benito Mussolini fue fusilado en 1945 en Milán y su cuerpo ultrajado junto al de Clara Petacci, que pagó con su vida haberse arrimado al Duce, un calvo con mala leche.
Adolf Hitler murió de su propia mano en 1945 después de haberse salvado de, dicen, cuarenta y dos atentandos contra su persona. Como amante de la eficacia alemana que era, debió pensar que eran todos unos inútiles y que si quería morir, tendría que encargarse él mismo.
Otros dictadores han acabado su tiranía en los tribunales:
Hosni Mubarak supo cómo la Primavera Árabe la sangre altera y cuando le detuvieron le dio un infarto. Afortunadamente, parece que va a a vivir para escuchar su sentencia.
Slobodan Milosevic, murió en 2010 en su celda de La Haya, lo que le valió para sustraerse de las acusaciones de genocidio que le imputaba el Tribunal, que entendía así que la Limpieza Étnica realizada en Bosnia, era en realidad algo tremendamente sucio.
Jorge Videla ha sido condenado ya por crímenes de lesa humanidad, con diversas entradas y salidas de la cárcel, pero no ha dicho aún lo más importante, no nos ha explicado todavía dónde están las personas desaparecidas bajo su régimen y que tantas madres siguen buscando.
Algunos dictadores consiguieron morir de viejos, en un hospital:
Augusto Pinochet fue juzgado en Londres y en Chile y murió en 2006, en un hospital, ya que verse todo el día metido en líos de abogados gasta mucho la salud.
Idi Amin Dada, salvaje como pocos, murió anciano en un hospital en 2003: Padecía de hipertensión, lo cual no es de extrañar si es cierto que acostumbraba a incluir a sus enemigos en su dieta. Hay que comer más verduras y menos disidentes.
Josef Stalin, en 1953, se encontraba ya anciano en su dacha y sufrió un ataque. Tardó algunos días en morir los cuales pasó rodeado de sus colaboradores del Politburó que le miraban hipócritas, esperando con ansia su muerte. Millones de personas también lo deseaban desde sus tumbas.
Francisco Franco, para finalizar, unas notas sobre este adorable viejito que fue llamado junto a su Creador en 1975, en un Hospital con su propio nombre y a quien, con seguridad, instalaron en el Cielo en una nube de aislamiento, para evitar represalias de tantas y tantas almas españolas de su época que llegaron allí antes que él desde las cárceles o las paredes de los cementerios.
Como ven, casi siempre la muerte nos impide que los tiranos acaben pagando sus culpas en la cárcel. Lo único que pido es que no lo tiren al Mediterráneo, que ya tienen bastantes problemas sus ecosistemas.