N. del A. Tarzán y yo tenemos en común dos cosas: que nunca usamos corbata y que nunca seremos nada en la vida. Aunque trabajo en una oficina como tantas llena de personajes trajeados con ganas de merecer, me resisto infantilmente a usar corbata, como la niña que ya no quiere que le hagan coletas en el pelo. De hecho, es más fácil que empiece a hacerme trenzas que a llevar corbata.
Año II, opus 80
Se acusa tradicionalmente a las mujeres de usar prendas de vestir contrarias a toda lógica y razón, si por tal cosa entendiéramos que lo natural es vestir de la forma más útil y práctica posible. Sin embargo, nótese que la existencia de la ropa no se debe a un fenómeno natural, sino cultural y por esta razón, es tan artificial como el piropo de un robot. Yo, incluso, tengo mis dudas sobre si la invención del vestido en el Palelolítico Superior se debe a la necesidad de cubrirse las lorzas o la de dar buena imagen a los trogloditas vecinos. Si no es por una tradición de miles años serigrafiada en los cromosomas, no se explica, (a mi torpe entender) que señoras cultas e inteligentes se autolimiten en toda época con tacones estratosféricos, corsés con efecto anaconda o faldas que pudieran servir de antifuga a un recluso de la Guayana.
Los caballeros tenemos, afortunadamente para mí, mayor permisividad social para usar ropa cómoda, pero a cambio, nos vemos gravemente afectados por uno de los inventos más inútiles de la Humanidad: la corbata.
|
Las corbata la inventó un reo que huyó del patíbulo
con un retal de la horca. Se comprende que él sintiera
alivio, pero los demás no lo sentimos tanto. |
He de reconocer que en mi armario cohabitan varias corbatas. Mientras no se jubilen los Reyes Magos, en los roperos de padres y abuelos no faltarán corbatas y batines. Mis corbatas llevan, empero, una existencia tranquila, sin sobresaltos, en la seguridad de su refugio del que sólo salen para acudir a las bodas y volver de ellas con olor a langostinos de Sanlúcar.
Esto no es óbice, cortapisa ni valladar para que yo considere que la corbata es una prenda inútil que ni abriga en las noches de invierno ni protege del sol en las mañanas de verano. En el ambiente empresarial se suele decir que «no es imprescindible, pero si no la llevas en una reunión, nadie te tiene en cuenta» y tanto se lo creen que en muchas empresas o profesiones es una prenda obligatoria. Efectivamente, a mí no me hacen ni caso en las reuniones, pero estoy seguro de que es porque no digo nada interesante. Si lo que se quiere es vender, se debe usar corbatas alegres y llamativas. En cambio si lo que se quiere es impresionar -léase abogados, notarios, jueces o procuradores - se acostumbra entonces a portar corbatas muy serias y reverendísimas.
Es reveladora la costumbre cada vez más extendida de los Friday Casual Wear, que podemos traducir libremente como «los viernes, polos de Lacoste». Es el principio del fin del despotismo del traje y la corbata, el día del orgullo del gaznate libre, al que se unirán los jueves, luego los miércoles... La tradición era vestirse elegante los domingos. Hoy en día, cada vez somos más los infames irreverentes que salimos los domingos con chándal a la calle.
La pregunta que debemos hacernos no es qué demonios tiene una corbata, sino qué corbata tienen los demonios. El traje con corbata parece una garantía de seriedad y honorabilidad: si quiero pedir clemencia a un tribunal, me pongo corbata, si quiero seducir a una futura suegra, me pongo corbata, si quiero pedir un trabajo, me pongo corbata. Nada más falso: los mayores ladrones de nuestro tiempo usan corbata y gemelos de oro, sin embargo, si nos cruzamos con uno, no nos cambiamos de acera, incluso le presentamos a nuestra hija.
La supuesta elegancia que es la más conocida de las virtudes de la corbata desaparece cuando yo la uso. La perpendicularidad que mantiene obstinadamente con respecto al eje de la Tierra sólo consigue hacer más patente mi barriga convexa y si no la sujeto con alfileres, es frecuente quela dichosa prenda acabe surfeando en la sopa. También se desbarata a las primeras de cambio: en las fiestas, con un poco de alcohol en el carburador, la corbata aparece anudada a la frente como un indio kochise y si llega el momento de triunfar, curiosamente la corbata nos estorba más que los pantalones.
No, no quiero corbata. En la presente campaña electoral veo en los carteles los candidatos del Partido Popular con su corbata impecable (algunos trajes se los regalan) y a los candidatos socialistas, con su tradicional imagen de camisa sin corbata "como si fueran gente del pueblo", que no impide que al llegar a ministros se las pongan y de buena seda. Todo mentira.
¿Utilidad de la corbata? Ni como servilleta. No están los tiempos para cosas inútiles. Ustedes verán lo que hacen. Mientras tanto, yo me voy con Tarzán a ponerme trenzas y comprarme unos zapatos de tacón.