sábado, 29 de septiembre de 2012

Esto con Franco no pasaba

N. del A. Aborrezco a los violentos, tanto si se ocultan la cara con una sudadera con capucha o si lo hacen con su casco reglamentario. El 25 de septiembre en la manifestación en el Congreso de los Diputados y a su alrededor, había gente que quería hablar y gente que no quería escuchar. Al final hablaron las porras y escucharon las costillas.
Año III opus 110
Esto con Franco no pasaba. 

Si conocemos cuál es la guarida donde se refugian unos pocos centenares de delincuentes, que han robado, extorsionado y defradudado a varios millones de ciudadanos, si la gente de bien se reúne para rodear esa guarida y denunciarlo, ¿es eso un delito o un acto cívico?

(Con Franco esto no pasaba,  porque no se reconocía el derecho de los ciudadanos  a
manifestarse públicamente. Entonces sí era delito, hoy, en España, no lo es)

Si con los impuestos pagamos a unos funcionarios (cada vez menos, hay que decirlo) para que protejan a la ciudadanía y en vez de perseguir a los granujas que estaban dentro del Congreso, cargan contra los que les denunciaban fuera, ¿es esto obediencia o traición?

(Con Franco esto no pasaba,  porque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no estaban sometidas al imperio de la ley como  sucede en España, un Estado de Derecho)

Si cada vez que la policía se desahoga en las costillas de jóvenes o mayores, de mujeres o de hombres, de culpables o inocentes sus responsables van a declarar que están orgullosos en vez de incoar expedientes disciplinarios, ¿son responsables o culpables?

(Con Franco esto no pasaba,  porque no existía ningún control sobre los actos arbitrarios de la Administración, ni tenían que responder ante los representantes de la nación)
  
Si los políticos sólamente se acercan al pueblo en vísperas de elecciones para conseguir su voto y se sienten amenazados cuando el pueblo se acerca a ellos, para que den cuentas de lo que han hecho con esos votos, ¿es eso un golpe de estado o democracia?

(Con Franco esto no pasaba,  porque era una dictadura y las dictaduras son así y consideran cualquier disensión y cualquier opinión contraria como una amenaza)  

Hoy no estamos igual que en la época franquista, porque ahora vivimos en una democracia avanzada, en un Estado Social y Democrático de Derecho, como dice el artículo 1.1. de nuestra Constitución. Vivimos en un país con derechos indiscutibles y libertades indiscutidas. 

O tal vez opinen ustedes como yo que si cambiamos los uniformes azules por otros de color gris, nos demos cuenta de que esto que vemos en este video, también pasaba con Franco. Que tal vez no hayamos avanzado mucho y que la democracia que vivimos está llena de palabras huecas. Y que queremos una España con más razón y menos porras.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Elegía Mecánica

N. del A. Dicen que algunos hombres cuidan mejor sus coches que a su familia. No es mi caso: yo nunca le he preparado a mi automóvil un vasito de leche con galletas antes de acostarlo, ni le he arropado en su garaje, ni le he cantado la nana del tío Garrampón. Pero aún así, es inevitable tomarle algo de cariño a ese montón de chatarra.

Año III Opus 109
En estos días he recibido una terrible noticia. En la sala de espera del servicio oficial, el jefe de mecánica en persona, con su impecable bata blanca,  me puso la mano encima del hombro y con voz solemne y respetuosa me anunció que mi automóvil está deshauciado. Se ha hecho todo lo mecánicamente posible, me dijo, la ciencia bien poco puede hacer ya. Pregunté con un hilillo de voz de cuánto tiempo disponíamos. No se puede saber con exactitud, respondió con dulzura, el fatal desenlace se producirá en cuestión de semanas, meses quizá..., es difícil de predecir.  Sentí una fuerte sequedad en la garganta, un solícito mecánico me ofreció un vaso de agua y me lo rocié por la cabeza.

Insistí en verle. Me acompañaron hasta un rincón del taller donde estaba mi coche, triste y abandonado. Se puso muy contento de verme y derrapó gozosamente para demostrármelo, me puso las ruedas delanteras encima de mi pecho y me lamió la cara con la correa del radiador, agitando nerviosamente el tubo de escape. Pero tantas alharacas no pudieron ocultar el run run fatigado del motor, ni tampoco esa cruel incontinencia de aceite que ensuciaba el piso. Me miraba con los retrovisores gachos y los faros lánguidos y enfermizos, intentando disimular su sufrimiento. No puede hablar, pero sé que lo entiende todo; de alguna manera se pregunta qué día le pondrán la inyección letal antes de reciclarlo o si lo usarán como blanco en un campo de tiro para carros de combate. 

Dentro de poco estará en el Cielo de los automóviles, aunque sea un coche negro, porque también se van al cielo todos los negritos buenos. No será un paraíso a cielo abierto, sino un inmenso aparcamiento cubierto, como les gusta a los coches, con las líneas recién pintadas de blanco brillante y el pavimento firme y suave. Un parking donde se aparque siempre en batería, que es la forma más democrática  de estacionar los vehículos, porque todos ocupan una plaza de igual tamaño, no como esos neoliberales aparcamientos en línea, donde los más largos ocupan más que los más chiquitos. Con una entrada sin barrera y grande, más grande que el ojo de una aguja, y tendrá lavados gratis y barra libre de combustible del bueno. Estará cerca del cielo donde moran las almas benditas de las bicicletas robadas, de las virginidades perdidas, de las pagas de Navidad hurtadas a los funcionarios, de los bosques primarios de laurisilvas. Estará cerca del paraíso donde iremos los calvos de corazón y los pajarillos usados como testigo de grisú en las minas de carbón..

No es justo que mi auto se vaya de este mundo sin pena ni gloria y en cambio siga lustroso el Mercedes que Hitler regaló a Franco. ¿Porqué el Lincoln en que murió Kennedy, que estuvo tan cerca de la muerte no está deshauciado como el mío? Pero yo no les envidio la vida en un museo. Mi automóvil acabará sus días rodando sus últimos kilómetros sobre el asfalto como debe ser, con la capota bien alta, con los faros mirando al frente y el paragolpes ondeando al viento.

Como me sucederá a mi algún día. No sé si a ustedes también, porque no les conozco lo suficiente. Llegará el momento en que el run run de mi corazón se debilite y mis herederos piensen en comprarse un padre nuevo y deshacerse del viejo. No me preocupa, únicamente les pido que entierren mi cuerpo en batería, como buen demócrata que he sido.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Miénteme

«-Esperanza, miénteme, dime que no vas
a traer Eurovegas a Madrid ..
- Ni hablar, chato, pues buena soy yo»
N. del A. 
Nos gusta que nos mientan, que nos endulcen el oído, que nos digan lo que queremos oír, como Johnny Guitar. El nivel de tolerancia a la mentira es mayor en España que en el resto de Europa. Debería crearse un índice económico que fuese la Prima de Falsedad. Somos unos pardillos.




Año III  Opus 108
En este artículo, Amando de Miguel usa la palabra politiqués para referirse al idioma que utilizan los políticos en todos los países del mundo. Es un lenguaje que se caracteriza por no comunicar, que es todo lo contrario que se requiere de un lenguaje. El discurso de un político tiene una tendencia irresistible hacia la ocultación de la realidad, ya sea mediante una jerga oscurantista o por la más despiadada mentira.

En los años en que España era un país de tercera fila, inculto e ignorante de sus derechos, los gobernantes acudían al único canal de televisión disponible, el oficial, para soltar su discurso con una jerga propia, un lenguaje elevado y técnico que lo hacía completamente incomprensible para la mayoría de los ciudadanos, quienes lo escuchaban asintiendo y convencidos de que sus hijos debían ir a la Universidad para hablar así. Forges publicó en los setenta un chiste donde un extraterrestre recién llegado al planeta pronunciaba unas palabras incomprensibles y la gente pensaba «debe ser un ministro»

Hoy en día hablan un lenguaje más coloquial,  unas veces campechano, otras veces incluso argot. Pero eso no mejora la comunicación porque se han abandonado completamente a mentir como bellacos. En estos años en que España es un país de tercera fila, pero con ínfulas de primera, tan inculto e ignorante como el de antes, aunque los hijos de aquellos españoles hayamos ido masivamente a la Universidad, los ministros acuden a sus canales oficiales, a mentir y mienten a gusto, mienten mucho, mienten con descaro, mienten con expresión de beatitud, mienten con datos fidedignos, mienten con una sonrisa, mienten en twitter, mienten en directo, mienten fuera de los micrófonos, mienten en inglés, mienten off the record, mienten como Jim Carrey en Mentiroso compulsivo, mienten, mienten...

Lo que me preocupa realmente es la impunidad. Nos hemos acostumbrado los ciudadanos a recibir las mentiras con absoluta resignación tras la constatación de que todos los partidos lo hacen. Qué se le va a hacer decimos y recordamos las mentiras que dijo el otro para justificar las de éste. Mentiras vergonzosas, de tan evidentes,  como la que nos quieren hacer creer que Eurovegas va a crear ¡200.000 puestos de trabajo directos! y no les crece la nariz como a Pinocho o aquellas que nos prometían que no había crisis, que no iban a subir impuestos... Sería innumerable. Si un político dice que no va a llover, corro enseguida a buscar mi paraguas.

¿Porqué los ciudadanos aceptamos ese insulto? ¿Por qué nos gusta que nos mienta aquél que votamos y nos indigna cuando miente el otro? Debemos tener una dependencia enfermiza de nuestros gobernantes ya les admitimos sus embustes como la esposa que se traga con hiel las infidelidades de su marido por miedo a perderle. No queremos oír la realidad, queremos que nos digan lo que queremos oír y a quien lo hace, le votamos. ¿Somos o no somos un país más ignorante aún que el de los años setenta cuando confundíamos a un ministro con un marciano?

Somos como el protagonista de Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), en la famosa escena en que pedía a  Joan Crawford que le mintiese a toda costa, que le dijese algo bonito aunque fuera falso. No quería escuchar que no le había guardado ausencia y que todo el dinero que tenía lo había ganado de forma poco digna. Él no quería verdades, quería sentirse añorado. 

Algo así nos pasa a nosotros. Esperanza, Mariano, mentidme, decidme que siempre estaréis con nosotros...


miércoles, 5 de septiembre de 2012

Sicofonías

N. del A. Regreso vivo de las vacaciones de verano y me reintegro a mis obligaciones blogueras estrenando  nuevo aspecto externo en este blog que gobierno desde hace dos años, que ya era hora. No obstante, sigo siendo el mismo perro con diferente collar. A mi vuelta, me he encontrado con sicofonías en las redes sociales que me han puesto los pelos (sic) de punta.
Año III, opus 107


Yo no soy partidario en absoluto de usar la ouija para comunicarme con los  muertos. No soy un gran conversador y pienso que si alguna vez entablara charla con alguno, no sabría qué decir. ¿Acaso puedo preguntarle por su salud o hablar del tiempo? No tenemos cosas en común y espero no tenerlas en muchos años.

Los espíritus y ectoplasmas acuden a la llamada de la ouija de forma aparentemente aleatoria, sin saber quién va a aparecer, como sucede, por ejemplo, en las salas de chat del IRC, en las que se manifiestan almas errantes que ni ves ni oyes ni tocas, con la diferencia de que los difuntos pocas veces acuden para buscar una cita de sexo. Las sesiones de ouija son como la red social de los espíritus impalpables y a mí la experiencia de la vida adulta me ha enseñado que los humanos medio normales obtenemos más placer relacionándonos con vivos o vivas a los que podemos palpar. Por esta razón, aunque soy usuario de algunas como ésta donde escribo, no me llenan las redes sociales que usamos los vivos ya que a los amigos virtuales, aunque aparentemente viven, no podemos abrazarlos, besarlos ni abofetearlos como me gusta hacer con mis amistades dependiendo de su sexo, tamaño y condición.

Sin embargo, y aunque esto que les voy a contar pueda parecerles increíble, les aseguro que es rigurosamente falso: estoy recibiendo sicofonías de un alma en pena desde hace unas semanas.

Como lo leen. Un espíritu acude desde el más allá pidiéndome ayuda. En primer lugar, el ectoplasma se me apareció en Twitter: alguien llamado @errante me dirigía unos tuits confusos que no entendía, seguidos del hashtag #hacienda. No le hice mucho caso, pero después tuve que eliminarle algunos comentarios en el blog por su pésima ortografía, en los que decía que yo debía salvar su alma del castigo eterno al que estaba condenado. Como quiera que soy mas dado a la perdición de almas que a salvarlas y seguía sin atender sus mensajes, finalmente me envió una solicitud de amistad a mi perfil de Facebook, la cual, intrigado por la insistencia, acepté pulsando el botón que dice «Manifiéstate». De esa manera supe quién era y lo que deseaba.

El barco del Holandés Errant, camino de Puerto Banús en
 Marbella, donde tiene que declarar en el caso Malaya.
Se trataba nada menos que el alma del Holandés Errante. Me dijo que había sido condenado a vagar eternamente por esos mares de Dios hasta que pudiese blanquear todo su dinero robado en su larga vida de bandolero, pirata y exconcejal de urbanismo. Sabe Dios cuántos mares habrá recorrido esta criatura hasta que se ha enterado de que en España se ha declarado la Amnistía Fiscal. Sabe que desde este verano, es posible declarar todo el dinero negro ganado ilícitamente pagando un ridículo 10% o menos y sin preguntar de dónde ha salido. Una bicoca para piratas. Quería que yo, que estoy dotado de cuerpo mortal, le ayudara a declarar su arcón del tesoro a la hacienda española y de esa manera poner fin a su maldición encontrando después de tantos siglos el camino hacia la luz, lo que para un holandés significa comprar una casita en la luminosa costa malagueña y entregarse a la vida muelle.

Lo siento por él, pero me he negado tajantemente en nombre de cuarenta millones de contribuyentes españoles que, sin haber delinquido, estamos condenados a pagar religiosamente todos nuestros impuestos. Le he dicho en un whatsapp que por mi parte puede seguir eternamente dando vueltas al mundo con su velero y llevarse con él al ministro de Hacienda como grumete, para ver si así se pone fin a nuestra particular maldición fiscal.

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