lunes, 20 de septiembre de 2010

Jugar con fuego o los experimentos de un maestro de escuela

Me llamo Antón Sinfín, maestro de escuela. Si tener amigos es un tesoro, yo tengo dos. Debo indicar que ambos son unos botarates de marca mayor, lo cual determina que, si bien en un principio dispongo de dos tesoros, uno por cada uno de mis amigos, la suma de sendos intelectos devalúa ese colosal patrimonio al nivel de  unos meros ahorrillos. Diré, no obstante, que mis dos amigos me son fieles como mastines recogidos en una perrera, me admiran y me siguen a todas partes, lo que los convierte en imprescindibles para mí.
Recientemente me reuní con ellos y con una botella de Magno. Encendiendo con detenimiento un puro que me habían regalado les propuse una actividad para esa semana.
-      Caballeros, la tarea que les propongo es la siguiente. Para cumplirla, ustedes dos deberán registrarse hoy mismo en Facebook, Twiter, Tuenti, MySpace y cuantas otras redes sociales en el mundo existen,  descubre el sol y ha navegado el hombre.
Ambos asintieron mientras tomaban nota, la punta de la lengua asomando por su boca, en un bloc de tareas destinado específicamente a mis experimentos sociales.
-      José Francisco – indiqué dirigiéndome al más adulto de ellos- usted va a encargarse de difundir a los cuatro vientos, asegurándose de que llegue a todos los rincones de La Red, que se va a publicar el mayor compendio de la obra de Franz Kafka, junto con la mayor exposición creada jamás sobre el autor. Será el próximo 3 de junio, coincidiendo con el aniversario de su muerte y será el homenaje definitivo para este gran hombre, espejo de escritores y cúspide de la cultura del siglo XX.

-      ¿Cómo se escribe franscafca?- preguntó el propio José Francisco.

-      F-R-A-N-Z K-A-F-K-A. Usted, José Alfonso, - por ser el más joven, inexperto y mermado de los dos me parecía el candidato idóneo- se encargará de difundir con el mismo celo lo siguiente que le voy a indicar.  Que el próximo 3 de junio, aniversario de la muerte de Kafka, se va a proceder a la quema indiscriminada de todos los ejemplares de libros de Kafka que se pueda obtener. Especificará usted que este moderno auto de fe está justificadísimo, por razón de la pésima influencia que este señor ejerce o puede ejercer en los demás autores, debido entre otras cosas, a su origen judío y todo lo que ello implica,  a las reminiscencias anarquistas contrarias al orden serenamente establecido que rezuman sus textos, a su mala costumbre de no acabar ni publicar sus obras, lo que cultiva en la juventud la incuria y la indolencia y sobre todo, a la endeblez de su salud tanto física como mental.

Una vez tomada nota fidedigna de mis instrucciones se pusieron manos a la obra, con una prontitud y diligencia dignas de mejores fines. Pasados unos días, las consecuencias de sendas proclamas eran ya patentes. A saber:
El anuncio de mi amigo José Francisco tuvo escasísima relevancia en la Red y en los medios de comunicación. Kafka murió de una vulgar pulmonía, es decir, no se había suicidado en romántico desengaño, ni había sido condenado a muerte por un tirano. Su biografía personal tampoco era rica en carnaza, todo lo cual hacía que todos los medios se quedaran indiferentes. Un libro más, una exposición más, todo a las páginas de cultura. En la Red, sólo algunas reacciones (que quién es Kafka, que para qué…) Sólo un famosillo quiso darse el pisto y escribió en su blog particular que estaba megaimpaciente porque llegara el día de la inauguración, porque sus cuadros “le superencantan”.
En cambio, la proclama de José Alfonso se convirtió en soflama. La sola idea de quemar libros revolucionó la Red y saltó enseguida a todos los medios de comunicación. En Praga, ciudad natal del escritor, se levantaron indignados y salieron a la calle exigiendo la cabeza de mi buen José Alfonso, que de bien poco les valdría, por cierto. Los gobiernos hicieron públicas declaraciones de repulsa y condena, especialmente los de Bruselas, Washington, Tokio incluso Pekín. El mismísimo Vaticano lo condenó en la Misa de la plaza de San Pedro. En Internet, muchas voces se alzaron indignadas, en el Blog del Tío Eugenio el debate se salió de madre…
Tal y como esperaba, afloraron también muchos partidarios de quemar los libros de Kafka. La mayoría de ellos, si no todos, jamás había leído ninguna obra de Kafka y, en general de ningún otro. Pero todos se enardecieron, como si en su fuero interno marinara una rabia contenida largos años y que ahora por fin podían darle salida. Y se expoliaron bibliotecas públicas y privadas para acudir con ellas al lugar de la quema y echarlas al fuego que todo lo purifica. De esa manera, el día indicado habíamos reunido una considerable carga de fuego. Los maníacos habían traído obras de Kafka, pero también de Kipling o Kundera, por empezar también por k, o de cualquier otro autor que les pareciera raro, Wilde, Chejov. Hasta José María Pemán. Qué sé yo, qué mecanismos tiene la locura.
La multitud de iconoclastas se congregaba expectante ante la montaña de libros arrumbados en el centro, rociados con la gasolina que trajo uno de los maníacos, sin duda el más previsor. José Alfonso, excitadísimo, esperaba con un mechero de cocina encendido mi visto bueno para empezar esta particular Nit del Foc.
-      ¿Empezamos ya, don Antón?

-      Claro que no, imbécil- le respondí yo, con el mayor tacto- no vamos a quemar nada, todo esto no es más que un experimento social.
Fugazmente apareció en su rostro la sombra de la decepción. De espaldas a los libros, les dirigí a mis mastines la pedagógica:
-      ¿Quemar a Kafka? ¡Por Dios! No quemaría libros ni para calentarme en el K2, pero ¿encima Kafka? No, jamás, las obras de él nos han enseñado a ver al hombre completamente solo luchando contra lo imposible, hemos leído sus páginas y nos hemos sentido enervados por una burocracia absurda o por la fatalidad de ser un insecto y no poder luchar con esto. Leer a Kafka nos llena de un grato pesimismo, que sólo él sabe crear. Leer a Kafka es de lo mejor que se puede leer.
» Mi única intención era averiguar por qué razón un cura loco americano, seguido de unos pocos locos más, había revolucionado este nuestro planeta anunciando que en un 11 de septiembre iba a quemar públicamente El Corán. Aunque tuviera el mismo nombre que uno de los Monty Pithon, era solamente un loco insignificante seguido por un puñado de locos insignificantes, pero trajo de cabeza a todas las diplomacias del mundo y puso en estado de alerta a todas las tropas "de paz" que están acampadas aquí o allá. Dijo, tras ser obligado a desistir,  que su intención era poner en evidencia el carácter violento del Islam. Lo que hacía era jugar con fuego, eso era, en un mundo altamente combustible. Como usted, José Alfonso, siendo un insignificante y reconocido badulaque, observe lo que ha provocado. Éste era el objeto de mi experimento y no hacer un auto de fe literario.
» Ahora lo veo claro, es más atractivo quemar libros que leerlos o escribirlos, la supuesta buena noticia sobre la exposición de Kafka no le interesaba a nadie, en cambio, la estupidez de quemar sus libros, interesó a todo el mundo. Si el cura loco hubiera anunciado que el 11 de septiembre iba a leer públicamente el Corán y enseñar a sus seguidores lo que de bueno encontrara en el mismo, nadie, ni siquiera sus propios locos le hubieran hecho caso.
» Porque nos gusta más destruir que crear, especialmente a los que no saben crear. Y el poder que actualmente tiene Internet y los medios de comunicación es tan grande que elevan a la condición de líder a cualquier ígnaro que hable de destruir. Jugar con este poder es jugar con fuego, con mucho fuego y en el mundo hay demasiada gente aficionada a jugar con fuego. A esto nos lleva…»
La muchedumbre estaba enfervorizada. Me volví y vi con sorpresa que el montón de libros ardía. De la pira brotaban llamas altas como edificios que se reflejaban en las pupilas dilatadas de José Alfonso, excitado como un niño ante un nuevo escalectrix, aún con el mechero encendido. No sé en qué momento de mi perorata se había dejado poseer por el atormentado espíritu de Torquemada.
-     ¿Qué ha hecho, José Alfonso, idiota mío? Creo que les dije a ustedes que todo era un experimento y que no había que quemar nada. ¿No lo entendió bien, acaso?
Se deshacía en risitas tontas.
-      Sí, ji,ji,… pero no lo pude evitar, don Antón, ji,ji, no lo pude evitar. ¡Jugar con fuego! Ja, ja, ja… ¡Jugar con fuego!
Ug

4 comentarios:

  1. Agradecido contigo, Tío Eugenio, por comentar y por seguirme. ¿en que puerto habrás conseguido datos sobre la existencia de mi blog? Ahora en tu blog el privilegio de ser el primer seguidor ya es mío. Tienes lindos y buenos textos, más el clima amigable y sosegado, y el aire inusualmente puro que se respira. No se puede pedir más. Abrazo desde Buenos Aires. Leeré tus entradas.

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  2. Muchas gracias, Alejandro por tu darme ánimos y por inaugurar la lista de amigotes. Te confesaré que vi tu página buscando una sobre ¡paleontología! y me encontré la tuya con un chiste genial sobre el milagro del Mar Rojo.
    Un abrazo.
    ug

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  3. ¡Qué texto deliciosamente irónico...!

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  4. Paula, ¡qué comentario deliciosamente inesperado!
    Muchas gracias y un abrazo,
    ug

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Sus comentarios son bienvenidos, muchas gracias.

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