lunes, 23 de abril de 2012

Gorilas adolescentes


N. del A. Si usted, querido lector, querida lectora, ya sea en Móstoles o en Michigan, tiene hijos adolescentes, comprenderá lo que quiero decir.  Incluso si usted, estimado lector, estimada lectora, pertenece a otra especie de primate distinta de la humana, también podrá corroborar lo mismo.
Año III, opus 99
Pensé sobre esto el otro día, mientras veía un documental de animalitos en el canal National Geographic, con el que a menudo ilustro mis siestas en el sofá. En aquél episodio, una familia de gorilas de montaña compuesta por unas pocas hembras con sus retoños y un macho alfa, con un genio malísimo y espalda de color plateado,  hacía su apacible vida en la selva, comiéndosela hoja por hoja, literalmente. Un gorila joven apareció en escena: como todo macho está cargado de testosterona y como todo jovenzuelo, desconoce total y absolutamente los límites que nos impone la vida diariamente.Cree que ya lo sabe todo y que lo puede todo.
Para ser cabeza de familia gorila
hay que estudiar mucho.
El gorila imberbe se atrevió a disputarle al espalda plateada el derecho de perpetuar sus genes con las hembras del harén, que por cierto, le miran con cierta pena. Casi sin inmutarse, el macho alfa le aplica un único y descomunal tortazo que  deja al gorililla dando vueltas como una peonza. Después de la  pausa de publicidad, el pobre aspirante seguía dando vueltas. Si antes creía saberlo todo, ahora conoce algo más sobre sus propios límites. También aprenderá algo de aritmética: que hay menos manadas que machos, por lo que sólo unos pocos, los mejores -que en el gorilismo equivale a los más brutos- conseguirán ser machos alfa y tener su harén particular.

En los adolescentes humanos es la propia vida la que se encarga de dar las tortas que les marcarán los límites, aunque reconozco que a menudo se me pasa por la cabeza ocuparme yo mismo de hacer lo que el espalda plateada. Supongo que a la edad de mis hijos yo tenía también la misma combinación de ignorancia y de osadía que muestran ellos, pero como aprender también consiste en olvidar, ya no lo recuerdo. Cuando se es joven, es biológicamente necesario que intenten romper desvergonzadamente todas las barreras, si no fuera así, no podrían jamás independizarse. Y, como es menester, también es biológicamente necesario que maduren a fuerza de desengaños.

El documental termina cuando otro gorila macho, que ya había madurado mediante sus buenos mamporros y que ya había aprendido el qué, el cómo y el cuándo  mientras el gorila líder envejecía, se presentó candidato a la jefatura de la manada. Y ganó su puesto, después de devolverle al espalda plateada cada uno de los golpes que recibió en pasados intentos. El viejo gorila se jubila en precario y, suponemos, se muere del disgusto, mientras el nuevo macho alfa copula en riguroso orden jerárquico con las monas viudas, quienes no guardan luto en ningún momento.

Cuando veo a mis hijos adolescentes me los imagino como al gorila del documental, asaltando la vida cargados de testosterona y encajando los golpes que los convertirán en libres y sabios. Como padre quisiera evitárselos, pero no puedo.

Sólamente les recuerdo que cuando maduren y sean gorilas hechos y derechos, no es necesario que vengan a echarme a tortazos de mi humilde rincón de la selva donde tranquilamente duermo la siesta acunado por documentales de animalitos. 

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