sábado, 6 de noviembre de 2010

En busca de la mujer fatal


N. del A. La creación literaria es alimento del alma, pero perder la inspiración de determinada manera puede tener su utilidad práctica para algunas necesidades del cuerpo. No sé si he analizado correctamente el problema, el caso es que he intentado recrear las condiciones idóneas para perder exitosamente el numen y he fracasado.
Antes de nada, es el momento de imaginar la siguiente escena:

El escritor, antaño con éxito, ha perdido hoy completamente la inspiración: es un hombre sin ideas. Vive en un lóbrego cuarto de un hotel barato, bien puede ser en Nueva Orleans, durante la celebración del Mardi Grass, bien puede ser en La Habana de los años de la Revolución. Las paredes desnudas y desconchadas, la estancia revuelta y desordenada, con ropa sucia en los rincones, restos de comida en la mesilla y botellas de whiskey vacías por doquier. El sol de la tarde se filtra por la vetusta ventana e ilumina, rayo a rayo, el denso ambiente compuesto de ácaros y humo de cigarros mal apagados. En el pasillo resuenan las voces lascivas  y festivas de clientes y prostitutas. Lo que se escucha en la calle, bien puede ser los pasacalles del carnaval, bien puede ser los disparos al aire de los exultantes revolucionarios .

El escritor, abandonado por las Musas, se sienta en una frágil silla frente a su mesa. Viste una sucia camiseta sin mangas, sostiene una colilla en la boca y por todo cosmético la barba de varios días y un fuerte olor a alcohol barato. Entre trago y trago, introduce sin ningún cuidado una hoja de papel en su máquina de escribir portátil e inicia por enésima vez el primer capítulo de la novela:

"Aquella tarde, Joe llegó al bar un poco más tarde de la hora acostumbrada..."

El escritor que ha perdido las ideas lee con desesperación el renglón escrito y acto seguido, con rabia,  arranca  violentamente el papel de la máquina, hace una bola con él y lo lanza a un rincón, donde hará compañía a un sinfín de abortos de primeros capítulos. Largo trago de whiskey. Una empleada con una mueca de disgusto llama a la puerta para darle toallas limpias. Suena el teléfono, es su editor, le reclama el original de la nueva novela y le presiona y le humilla vergonzosamente, fracasado, eres un fracasado, cancelaremos tu contrato. Vuelven a llamar ¿más toallas? No, esta vez no, esta vez es... ella.

Una bellísima y cautivadora mujer, bien puede ser rubia platino con acento francés, bien puede ser mestiza morena con acento caribeño, cruza el umbral de la puerta contoneándose lúbrica y sensual. Entran con ella el Deseo y  la Perdición a la estancia...
**********

¿Ya se han imaginado la escena?

Bien, ¿qué hombre de ustedes no hipotecaría su alma por una femme fatale como la que iba a entrar en acción en el relato? Yo sí y me he propuesto ponerme a tiro, que aún no he sido catado por ninguna mujer estrictamente fatal con la edad que tengo y considero esta carencia una importante laguna en mi formación intelectual. Esa mujer que me salve de esta vida de decencia, honestidad y buena reputación debe estar esperándome, cerca, muy cerca, a punto de llamar a mi puerta.

Después de asistir en el cine y en la literatura a numerosas escenas como la descrita, considero probada la relación directa entre la degeneración de la especie y el aumento del atractivo sexual del escritor varón. De otra manera no se explicaría. Acepté los consejos de mi ex-asesor de imagen, quien decía que debía convertirme en un hombre muy romántico. Y a mí no se me ocurre un personaje más romántico que el escritor desinspirado, decadente y borrachuzo de la escena inicial. Toda mi vida he querido ser un tipo de esos u otros peores, así que muy serio y decidido me puse manos a la obra para convertirme en un verdadero escritor abandonado por las Musas. Cuanto mayor sea mi crisis creativa, más posibilidades tendré de traer la perdición a mi hogar. Objetivo: que me pierda una mujer fatal ¿Existe algúna razón mejor?

No lo he conseguido. He encontrado demasiadas dificultades para recrear el ambiente idóneo.

En primer lugar, no he logrado convertir mi casa en un hotelucho infecto. Los vecinos de mi rellano, gente respetabilísima y de probada rectitud, no accedieron a aparentar ser risueñas prostitutas y depravados puteros. Por cierto, después de pedírselo todos me miran de forma distinta.

En cuanto al ambiente exterior, en mi calle no resuenan las charangas del Mardi Grass o la barahúnda de los revolucionarios locos, únicamente mocosos jugando en la plaza y las bachatas de los dominicanos del séptimo. En la ambientación de los interiores, probé a transformar mi cuarto en un muladar: aunque no soy un maniático del orden, alguna directiva secreta en la programación de mi cerebro me ha impedido desordenar deliberadamente mi cuarto, así que tras intentarlo, al poco tiempo estaba llevando la ropa sucia a la lavadora y las basuras a sus cubos de reciclado. Siendo yo abstemio natural y no fumador, para remedar estos necesarios vicios decidí emborracharme con gaseosa y quemar mucho incienso. La gaseosa me ha proporcionado, sin embargo, muy poca alegría al espíritu y una considerable y molesta aerofagia a mi aparato digestivo. Y también les confirmo que el humo del incienso no es un sustituto válido del plomizo humo de los habanos.

Me han prestado una máquina de escribir portátil, pero no siendo mía la máquina, jamás la trataría con la necesaria violencia que los buenos escritores sin inspiración gastan, quienes, es de suponer, no ganan para rodamientos. Y el papel, pienso en los bosques, reducir, reutilizar, reciclar, jamás lo desperdiciaría en absurdos tiros libres.

No me amilané por estas primeras derrotas de la bohemia en la guerra contra la decencia, así que sentado frente a mi máquina prestada, me dispuse gozoso e impaciente a recibir la total indiferencia de las Musas con el aspecto más decadente que pude conseguir. Ese día ni me afeité ni me duché y me vestí con mi pijamita más bohemio, las zapatillas de Bugs Bunny, el rostro más lánguido del que fui capaz y un chupachús en la boca. Me sentía irresistible.

LLamaron a la puerta ¿una empleada con toallas limpias? ¿la mujer fatal ya? No, vaya chasco, era un vendedor de seguros, no gracias, no me interesa.

Volví a la mesa, puse una hoja en blanco en la máquina para provocar de alguna manera la pérdida de ideas. Las Musas debían abandonarme de un momento a otro. El teléfono. ¡Eso es, es un editor que quiere apretarme el culo para que termine la novela! ¡Síii! Pues no, tampoco, se trataba de una maravillosa oferta de ADSL en mi zona a la que no podía renunciar, pero que aún así rehusé valientemente, no gracias, no me interesa.

Volví al intento de autoinfligirme la desesperación de una sequía creadora, pero se me ocurrían mil cosas que escribir. ¿Estaría tal vez insuficientemente desaseado? De nuevo llamaron a la puerta. Esta vez estaba seguro de que se trataba de la bellísima mujer fatal que me estafaría el corazón y daría un sobreuso a  mi cuerpo. ¿Sería del modelo cubano de vestido corto floreado o del modelo orleanniano de vestido de noche? Sí, sí, por Dios, tiene que ser ella...

Me coloqué un poco el pijama, me atusé levemente la calvorota y abrí la puerta con la libido revolucionada y la esperanza en carne viva. Nueva decepción. Dos señores muy simpáticos y decentes, que si yo quería conocer por qué los Testigos de Jehová no celebran la Navidad. Pues no, gracias, es admirable, pero no me interesa.

¿Es que no se puede ser decadente en Móstoles? ¿Cómo van a pasar de mí las Musas en estas condiciones? Ya daba todo por perdido cuando llamaron por tercera vez a la puerta. 

¿Quienes serán ahora? ¿Qué querrán venderme? Harto ya de inoportunos abrí la puerta con una vehemencia desacostumbrada en mi y le dije a bocajarro a quien quiera que llamara antes de que pudiera abrir la boca:

«¡¡¡NO QUIERO CAMBIAR DE OPERADORA, NI DE SEGURO NI DE RELIGIÓN!!!. Buenas tardes ¿qué desea?»

En ese momento caí en la cuenta, se trataba de la más hermosa mujer que he visto,  bien podía ser rubia platino, bien podía ser morena mestiza. Llevaba un vestido de noche adornado con pedrerías y fumaba en pipeta (¿ha subido fumando en el ascensor? ¡Ay, si la ven los vecinos!) Sus piernas divinas se mostraban caprichosamente por la abertura del vestido y es seguro que esos pechos tan vivos tenían ya maduro un plan de fuga de su apretado corpiño. Los ojos inteligentes, lascivos y mágicos mostraron primero sorpresa, luego profunda decepción con una cruel caída de párpados. Después de mirarme de arriba a abajo, liberó lentamente una bocanada de humo directamente a mi cara y luego, sin decir nada, dio media vuelta con un contoneo lúbrico y sensual y bajó las escaleras para siempre.

Ahora ya lo sé, esa tarde dejé escapar la verdadera perdición de mi vida.



8 comentarios:

  1. Joé Ug… qué tontos sois los tíos… las mujeres fatales no han existido nunca (en la vida digo, en el cine y eso sí claro, porque se las inventa otro tío, tonto también), pero vosotros ¡hala, venga a buscarlas!... total ¿pa’ que?, si su propio nombre lo dice: ¡son fatales!... y, mientras tanto, igual tienes loquita a la dependienta esa monísima de la panadería de tu calle, a la que no le has hecho nunca ni puñetero caso… no si… ¡tenéis delito!… la mujer fatal, dice… Dúchate anda y ventila esa habitación, que tanto incienso no puede ser bueno.
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    Buen post, me has hecho reír y eso, servidora, cada día lo valora más ;-)
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  2. A Francesca: Debes tener razón, la mujer fatal no debe existir, si no ya hubiera acudido a tan irresistible cebo.
    Buscar una golfa así no tiene mucho mérito, yo sólo esperaba que élla me buscara a mi.

    Hala, ya me ducho y me bajo a la panadería por la dependienta y dos pistolas.

    Muchas gracias por reírte y venir por aquí.
    Un abrazo, niña.
    Ug

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  3. Magnífico texto, casi diría una exquisitez literaria, entreverando el sentido del gusto en el sentido o el sinsentido de la vida real. Recién hoy me hice tiempo para leerlo con tranquilidad, lejos del ajetreo feroz de la ciudad y sus chimeneas y engranajes en marcha.

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  4. A Alejandro→ Pues muchísimas gracias Alejandro, efectivamente lejos de la ciudad leer sienta mejor, no sé por qué. Un abrazo y cuídate de las chimeneas fatales.
    Ug

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  5. Pues, Ug, siento decirte que las mujeres fatales sí existen. Tan reales como esos tíos buenos con una tabla de fregar en la barriga que salen en la tele.
    Vamos, que si me encuentras uno, sea literario o real, lo mismo dejo a tu amigo de la infancia, Antonio, fregando los platos y a cargo del niño, y me voy con él a una isla desierta. Antes prometo encontrarte esa mujer fatal que llame a tu puerta y te convierta en ese personaje, que a caballo entre los de Eduardo Mendoza y los de Luis Landero, me ha arrancado hoy, más de una sonrisita.
    Un abrazo para un escritor que acabo de descubrir por casualidad, de otra.

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  6. Azaria→ El equivalente masculino de las mujeres fatales son los chicos malotes montados en una moto.
    Y yo sin moto y sin tableta en la barriga ¡Jesús!

    Sé muy bienvenida, no sabía que fueras también blogodependiente, aparte de alumbrar querubines y aguantar toñines.
    Un abrazo y enhorabuena(que me lo han chivao)
    Ug

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  7. Pues hoy lo confieso abiertamente, Ug, no sólo sonrisas has logrado de mí como en todos tus escritos, sino también unas sonoras carcajadas disfrutando tu cara cada vez que abrías la puerta...
    Como Francesca, el deleite producido es muy bien valorado

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  8. →Paula: el objetivo del relato era divertirse escribiéndolo, así que si además se han divertido los que lo leen he cumplido objetivos al 200%. Muchas gracias por venir por aquí, Paula.
    Un abrazo,
    Ug

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Sus comentarios son bienvenidos, muchas gracias.

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