martes, 21 de diciembre de 2010

La herencia

N. del A. En el menú de hoy, les dejo un pequeño relato, relativo a los misterios de la vida, que a veces son menos misteriosos de lo que nos pensamos.


Don Serafín María De los Montes murió con sencillez un 30 de enero, habiendo recibido los santos óleos y con su testamento perfectamente en orden. Su único hijo Manolín era su heredero universal, lo que lo convertía en dueño de un modesto capital y de un queso de bola. Así es, en el testamento Don Serafín legaba de forma expresa a su único hijo y heredero, junto con el resto de bienes, un queso de bola de aproximadamente un kilogramo y medio.

El legado venía acompañado de una nota autógrafa del finado, fechada poco antes de morir: « Manolín, hijo mío, siempre fuiste un imbécil. A pesar de ello y sin hacer nada, heredas el dinero que te dejo, aunque no sea mucho. Como ayuda, te dejo este queso. Si no me defraudas, sé que harás con él lo correcto.»

Manolín de los Montes salió de la notaría mirando fijamente el queso que sujetaba con las dos manos, como si fuera una bola de cristal. ¿Para qué le había dejado su padre un queso en herencia? ¿Qué quería su padre que hiciera con él? Don Serafín nunca hacía nada sin motivo. Esto no iba a ser una excepción. El queso ocultaba sin duda alguna un misterio que su padre le ordenaba esclarecer. Manolín se prometió que esta vez no iba a defraudarle, de alguna manera ese queso iba a ser una ayuda para él, seguramente algo muy importante. Averiguará la razón de ser de este queso, cueste lo que cueste.

Lo primero es averiguar de dónde ha salido el queso. Preguntó al albacea, al notario, a amigos íntimos y vecinos. Ninguno conocía donde lo adquirió ni sabía por qué razón pudo su padre hacer un legado tan lácteo.

Hizo indagaciones en los comercios del barrio, compró docenas de quesos de cualquier origen y los comparaba con su queso. Llenó su casa de docenas de los más variados productos de la industria quesera, hasta que el olor se hizo insufrible. Manolín continuó con sus pesquisas durante días y un buen sábado por la mañana, contra pronóstico, determinó que el queso era holandés. Quedó muy satisfecho con este dato, sobre todo porque era un dato seguro: estaba escrito en la etiqueta.

Su padre no podía haberle dejado un queso holandés así, sin más. Debía existir alguna razón poderosa que era menester averiguar: había que seguir la pista del queso en la mismísima Holanda. Por otra parte, en su casa olía demasiado a queso como para quedarse.

Compró billetes de avión y de tren, reservó hoteles y alquiló coches. Recorrió toda Holanda en busca del origen del que llamaba su queso. Necesitó contratar traductores, sobornar a funcionarios y comprar muchos quesos. Tardó algunas semanas, pero finalmente le coronó el éxito. Estableció el origen de la bola: era un queso Edam, de Noord Hollandse.

Esta información era sin duda alguna cierta, porque también coincidía con lo escrito en la etiqueta, lo cual llenó su corazón de orgullo.

De vuelta en su casa, Manolín de los Montes ya conocía el origen de la bola, pero no su finalidad. ¿Dónde estaba el secreto? Se sentía cerca, muy cerca. Había que analizar el queso. Cortó la bola en finas lonchas y lo envió a diferentes laboratorios para que lo analizaran. Primero de España, luego de Europa y América. Los resultados fueron tajantes y unánimes: se trataba de leche de vaca pasteurizada, cuajo y sal, recubierto de una capa de parafina roja.

Se sentía muy esperanzado con sus descubrimientos, a pesar de que ya no tenía queso alguno y que había gastado toda su herencia en las investigaciones. Pero Manolín de los Montes no cedió ni un paso al desaliento y redirigió sus pesquisas: la explicación debía estar en su propio padre.

Hizo un repaso de la personalidad de su progenitor. Don Serafín era una persona piadosa, seria y formal, tremendamente formal. Gobernaba su casa con absoluta autoridad y en asuntos de negocios jamás se permitió una frivolidad. Inteligente y orgulloso de su linaje, si había dejado un queso de kilo y medio en herencia, no podía ser por una tontería. Algo muy grande había detrás del queso. Así que si el queso ya no podía decir nada, sólo quedaba preguntárselo directamente a su padre.

Con el dinero que le quedaba contrató a una vidente, Madame Luisa, quien acudió a su casa con un increíble atavío de pitonisa. En una mesa camilla, junto a la botella de anís de Chinchón, de la cual se vació la mitad antes de empezar, la vidente extendió el tablero de la Ouija. Un abecedario en forma de semicírculo donde el marcador circularía para deletrear las respuestas de los espíritus convocados. Siendo don Serafín una persona culta, se esperaba de él una respuesta sin faltas de ortografía.

Apagaron las luces y encendieron unas velas. Se asieron mutuamente de las manos mientras observaban el marcador de la ouija.

El ambiente se enrarecía mientras Madame Luisa invocaba el espíritu de don Serafín. Conjuros, invocaciones, ruidos inesperados. Antes que el padre de Manolín de los Montes, aparecieron las almas de dos vecinas, fallecidas hace años, que ni muertas perdían una oportunidad como aquélla para satisfacer su curiosidad. Allí se quedaron las vecinas a esperar. Finalmente, tras la aparición de un viejísimo amigo de la familia y un fontanero fallecido en la guerra, el espíritu de don Serafín se manifestó.

La vidente, entre convulsiones,  instó a Manolín de los Montes a que formulara en voz alta y clara la pregunta que quería que su padre respondiese. Solemnemente, pero con la voz visiblemente afectada por la emoción, el heredero universal del queso de bola enunció su pregunta:

- Padre, contésteme, ¿qué deseaba que hiciera con el queso de bola que usted me legó?

Unos interminables segundos de silencio y el marcador de la ouija se movió con rapidez y autoridad. Se trataba de don Serafín, sin duda alguna. Letra a letra, el espíritu orgulloso del padre conformaba su respuesta, la respuesta que tanto había anhelado su hijo Manolín y para la cual había gastado toda su herencia.

La respuesta fue clara y sencilla:  


C-O-M-É-R-T-E-L-O    I-M-B-É-C-I-L

2 comentarios:

  1. Tonto pero tonto el heredero ¡como lo conocía su spadre!
    Besos
    nela

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  2. →Nela: pues sí,con lo rico que está un buen queso de bola.
    Gracias, niña, unos besos y Feliz Año 2011.
    Ug

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Sus comentarios son bienvenidos, muchas gracias.

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